domingo, 11 de marzo de 2012

Berkeley y yo / novela / Indice


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Carlos López Dzur
Berkeley y yo
(novela)



Indice

Dedicatoria
1. Exhortación al Yo
2. Manías
3. Don Nadie
4. La dicha imposible
5. El evocador de Aisha
6. El Padre Sol y la experiencia esofagaria
7. El exhibicionista y el arte
8. El suplantador y mi interrogatorio
9. El regalo
10. Rodeado de vampiros y odio
11. Meditación sobre los árboles
12. Dios y la soledad
13. El cielo y el suicida
14. El suicidio sentimental
15. Jonás y la Ballena
16. El arma homicida
17. El sepelio de Jeremías, el rival
18. La coneja de pilas y el gamobio
19. Dormir con el enemigo
20. Agonía filosófica
21. La promesa
22. Los pordioseros de ultratumba
23. La redención y el gamobio
24. El payaso y el Ser
25. Después del ultraje homicida
26. Ella y yo
27. El señor que dice pendejadas
28. Una última observación sospechosa
29. El silencio está lleno de voces


1. Exhortación al Yo

Antes que él, cualquiera que sea su nombre, llegara a casa, se esperó que yo fuese un niño bueno. La expectativa fue: «Nacíste loco y manso. Quédate así. Sé agradecido y gentil». Uno que no ensucia la ropa, que es modoso y apacible, sin groserías y sin violencias, sin este odio. Uno que ignora que puede ser el puente para el individuo superior. «Individuación madura»…

Pero si cualquier pajarraco de estopa, cualquier mosca u hormiga de mierda, se acomoda en mí, forja su tribuna en mí, se burla o se lucra de mis mansedumbres, algo cambia. Descubres que estás siendo herido y que te lastiman el futuro que el arco del tiempo flecha como tu dirección.

¿Qué importó que, como embustero de las esperanzas, inventara yo las metáforas de la felicidad y el buen comportamiento? ... Mi familia sufrió. Por culpa del ser, fui como extraño para todos. Este opresor del culo de su madre fue un monigote al que, en vano, fue cubrirlo de bendiciones y ampararlo como hicimos. Fue el suplantador, punto.

Lo acusé de ser una megáspora que huyó de los prótalos cósmicos o los espacios arquegónicos. Navegaría como gambuza en la barca del Mar Sideral; pero tomó mi sangre como saco embrional, como su ruta para los Lagos de Texcoco. Y el cabrón no me perdió ni pie ni pisada. Vivió conmigo, con nosotros. Y vive todavía entre muchas gentes que juegan a las bandas, a las que ni se ha dicho: «Jódete y aprieta el culo».

«Fuck yourself!», me responden.

Uno se vuelve cobarde, irresponsable, dependiente y nunca deja de ser niño. Uno, en cuanto yo, se evapora.

*

2. Manías

Lo aceptamos en la casa donde vivo con mi madre y mis tres hermanas. El conspiró para que no se le conociera. Ellas, en cambio, lo juzgan a él por mí. ¡No se atreven a creer que es mi sombra perseguidora! Fuente de mis excentricidades y manías obsesivas.

Me baño tres veces al día, me lavo los ojos y la boca cada hora... También me cuelgo de las piernas. Me escondo en un sótano de mi casa donde escribo todas las maldades que cometo y todas las cosas sublimes que descubro. Donde reposo, o estoy, fijo y precario, se nos visita, pero no siempre con suerte. Estamos llenos de coraje.

El se arrimó: «¿Qué haces?», preguntó.

Medito. Investigo la materia o la velocidad finita de la luz. Me mecí un rato, sin hacer caso, porque sabía que él tenía que ser mi delirio. Ví que sus ojos eran negros como mares de basalto y sus dientes, neguijosos y chimuelos. Sonreía. ¡Qué cafre y cínico! ¡Mostró sus teclados de pianola, mugres colmillos, eruptó y bostezó, y me bendiijo en nombre del Absoluto filosófico y divino!

Así fue él: mamón, impredecible, inmutable. No perdí la ocasión de decir: «Oye, está más feo que Cambujo».

«¿A quién hablas?», me preguntan.

Al que converso ni se sonrojó. Algún desbalance gravitacional lo hizo desaparecer...

Al rato volvió y dijo que él podía volar como un pájaro, igual que mi amigo El Aguila.

«No creo».

«Te enseñaré a volar».

«¡Promesas!»

No me equivoqué, chinga que chinga estuvo pidiéndome las nalgas. Quería romper el tambor de Nataraja y revisarme los interiores del rulacho porque yo estaba calato y desnudo. Cuando me cuelgo lo hago desnudo. Antes me preparo una torta de hormigas. La impregno del polvo que se llama veronal y, entonces, entro a los mundos mentales del gozo acelerador, supuestamente, donde viven los ángeles y el Padre Enaltecido. Invierto la dirección de mi sangre. Normalmente, la sangre circula en las venas contra la fuerza de gravedad. Colgado, lo que la gravedad jala hacia abajo, es lo que se jala hacia arriba... Se baja al Monte del Disturbio, al Valle de Sidim.

Me escuchan por horas, si hablo. Mis hermanas detrás de la puerta ríen. Absurdos son estos monólogos. Es lo que dicen. Quisieran entrar y ver mis actos. Mas a ellas, en particular, les está prohibido. No se hizo el templo para las sacerdotisas. Tracias lujuriosas. Moabitas de Edom que sólo anhelan un becerro de oro con su enorme falo. Estoy desnudo en mi privado desierto.

«No entren», gritan los vampiros. «No enciendan la luz», agregan.

Posiblemente, mi falo no es enorme, aunque yo sea narcisista y hermoso. Posiblemente, me hallen masturbándome y colgado de un pie, como los profetas de quienes se duda si han de salir vivos del altar santísimo, oculto tras el velo, después de cumplir con sus ritos.

*

3. Don Nadie


Entiéndame, el delincuente originario fue él, no yo. Pero después lo sospechoso fue que volviera a tomar el control. Quien lo ve y quien me ve, sordos como tapias a las acusaciones ajenas. El es más cínico. Cuando él es el centro de las acusaciones, como si fuera el recién llegado a la trifulca, él pregunta: ¿qué está pasando aquí? ¿A quién mataron? ¿A qué se debe el alboroto? Pues, en realidad, no han matado a nadie. El tiene el crimen en el olvido. El es culpable y no se da por enterado. El es nuevo en todas las irrupciones de la culpa. O del delito.

Me toman como su cómplice y su tapachín. Tengo la desventura de estar siempre cerca de él cuando se mete en problemas. Descubro que la vida no tiene que ver con el pensar. Soy sospechoso por contiguidad. Con él creo que aprendo mucho. Mas yo soy un lado suyo que no ve y niega. Y eso duele mucho a quien le sigue atrás como un pedo. ¿Esto… quién se lo quitará al cobarde que lo tiene merecido?

Vean que no resistí el arresto, digo, si es que estoy arrestado, ¿o qué? Ustedes me chingan porque estoy en reposo, es decir, en un momento de equilibrio, inmóvil sólo en relación a sus cadáveres. Mi reposo es relativo y temporal. Los valientes no están siempre en reposo. Mi valía se ha vuelto sospechosa. Será que no tengo valía. Supuse que lo arrestarían a él no a mí.

«Quédese ahí. ¡No se mueva!», me gritó el policía.

«Okay». Levanté las manos aunque no se me había pedido. Se acercaron tres gendarmes.

«¿Tiene documentos de identificación?»

«No conmigo».

«¿Por qué no los trae consigo?»

Traté de pensar algo, pero el silencio fue muy largo para ellos.

«¿Su nombre y apellidos?», pretendían anotar algo y me dio una cierta ansiedad. Me hundí en mí mismo. ¿Por qué debo dar cuentas si no hice nada? Y como no hice nada, ninguno tiene que asumir haber visto haciendo algo. Además, veo un fantasma a la distancia. El pide cuentas. Que se le explique lo que se pudo ver, que fue lo que él hizo. Aparentemente, nadie sabe ni vio nada. Se me ocurre que yo tampoco ví nada. Y tengo derecho a manifestarlo. Nada tengo que ver lo que haya sucedido. O con lo que no haya sucedido.

«Pregunté: nombre y apellido; pedí sus documentos, ¿me escucha?»

Mi ser no estuvo registrado. Si por él me han tomado, soy Don Nadie. El nunca me dijo: «Esta es mi descripción. Aquí están mis credenciales, mi carnet de identidad... y todas las otras mugres». El fue ilícito. ¡Ni tiempo tuve de ver su cara! No estuve ni estoy aún preparado para amarle. Lo sigo odiando porque fue intruso y, desde adolescente, coercitivamente, me sumió en lo que usted llamaría las conductas parasicóticas. Alguien me llamó cuando fui un niño... heboide y me puso por apellidos, obseso-compulsivo. ¿Sirve esa descripción? ¿Será necesario que se lo cuente a este guardia gritón que se empeña en arrestarme?

Por jactancia axiomática, el ser da su existencia por bien entendida y ninguno lo acusa a él, sino a la circunstancia. He sido la circunstancia de él. No es culpa mía: ¡así de engañadores son los seres, invasores y fraudulentos! La policía es parte de la legión invasora. Mantuve una distancia del ejecutor, presunto delincuente, mientras hizo lo que hizo. ¿Por qué han de insinuar que algo hicimos juntos, o que yo soy cómplice, si no estuve materialmente presente? Yo puede que sepa lo delincuente que es, pero, no lo percibí claramente en la noche. Siempre soy todo nervios.

¿De quién son los errores si al ser lo dieron por inocente, aunque sea el más soberano hijo de la chingada? Míralo allá, rodeado de vecinos, pidiendo una explicación de lo que ha pasado. Y si algo pasó, él lo hizo y sin mí. No me necesita para nada. El no me quiere de cómplice porque soy un inútil y un pendejete. Nunca he sido su cómplice, en rigor. Soy un autómata que a él le pasa por el lado y a veces lo mira con curiosidad. Se parece mucho a mí. Y es una sombra. Jamás abandoné mi empeño de matar las sombras, acaso por si llegaran a estorbar.

Todos los días, hasta hoy, lavo mi ropa interior, tiendo mis zapatos al sol porque él, o todo lo que parezca mi sombra, anda conmigo y suda una parte de mis calcetines.

*

4. La dicha imposible


Ya no leo a San Jerónimo. Ni conservo mi Biblia en latín. Miro al cielo y busco el lucero de la tarde. Es Venus. Satán, si le parece. En las tinieblas hallé mis tentadores.

Me acusé de poseer un dualístico ser-Yo. Fue mi vergüenza cartesiana. Tuve mi diario de bitácora que anoté con citas de Berkeley, Hegel, Kant y todos, menos yo, inscribieron sus vaniloquios, sus chapuceras meditaciones.

Un día fui yo quien anoté: Vivo con una lacra de filósofos que forja sus ilusiones de credibilidad y unidad ontológica y las da por mías. Obligado a la falsa representación, repetí como papagayo. Al cabo del tiempo, hallé un hombre que, como Nietzsche en el sótano, me abofeteó el rostro con guante de seda. Uno que examinó toda mi vida desde una óptica muy diferente a mis creencias. Se llama Max Maltzman.

Para él, negar la existencia del mundo sensible es una cobardía. Este había sido el error. Los que no matan son unos cobardes. A los cobardes se les come el mandado. Se les burla permanentemente. Se les acusa de cualquier delito. Este es mi sentido de culpa. No sé cúal es mi deber. No sé cómo adquirir méritos y ante quienes mostrarlos.

Las leyes sociales castigan al que, parasitariamente, asalta las propiedades que no le pertenecen. Los méritos que yo he anhelado parece que los robo. No son míos y quiero vivir por ellos. Y el último canalla que no ha recibido castigo por sus delitos me comió los accidentes más audaces con que el movimiento se expresa como vida. Algo fue chupando que, según pasaran los años, me debilitaría. Quitaría esencia de mi vida.

Si actué sospechosamente fue por debilidad. Lo admito, pero eso es lo que yo hago años tras años. Querer ser feliz con los méritos y experiencias de otro.

*

5. El evocador de Aisha


Acaba de entrar a su alcoba. Se duchó. Se ríe ahora, mientras me abraza. Imaginé que es Aisha que me ama. La mujer divina. Ella se encerró a llorar la vez que me vio con el chaquetón lleno de fango. Fue el pájaro negro que viajó al Edén para hacerme animal y salvaje. Un pájaro satánico y rival es y llenó mi vestidura de cagada, le dije.

¿Cómo creerá que menosprecio un regalo suyo? El jacket de Cavaricci. Lloró con sentimiento aquella vez y yo me colgué de las patas (digo, de las piernas) y con la cabeza de punta hacia abajo. Desnudo.

Ahora se ha zafado la toalla, ella la recoge y el aliento de su boca suspira en mis testículos. Desnudo suspiro, como ella sin toalla. Así me habría gustado caer a un agujero negro, tragado por los dioses protónicos. Mas ya el edén estuvo hecho. Nací después como el Adán / Intelecto / de tierra roja y de sangre.

Tío Lucas me descuelga cuando me amarro de un pierna, con la cabeza hacia el piso. Después de tres horas, me descuelgan; final del rito. Así meditan los vampiros, colgados de las paturrias. Acabo de imaginar que me gustaría que una diosa me descolgara o me tragara por sus agujeros. ¡Qué inmoralidad la mía! Y da la casualidad que la diosa, a la que invoco y hablo, es mi hermana universal. Aisha misma en Hedén.

Ahora estoy ante la niña más hermosa, en la Tierra donde los indios y los tecolotes se confiesan sus escondites y sus penas. En realidad, yo no sé por qué se me ocurren estas ideas tan raras. Me desespero al extremo de hacer pendejadas. En el mundo de los otros imbéciles no hay ni pizca de imaginación.

Hebe, mi Aisha, ha crecido al punto que la desean los mismos pájaros negros que me han vencido y que han comido de mis entrañas. Hay vanidad y gratificación porque yo vencí. Pero hoy mi cuerpo y sus ojos se han hallado y nos vimos desnudos. Nos ha enardecido el deseo y ninguno, ni ellos ni yo se atreve a preguntar... ¿Qué queremos, a final de cuentas, uno del otro, que no podamos dar? ¿Por qué somos tan tontos y culpamos a una coneja de felpa, a una mona de colores, qué... acaso no sabemos que somos deseo, bestias, hermanos que se buscan en el reposo?

Yo, por lo menos, dí nombres al ser absoluto y sé de dónde vino. Es el Chiquito del Espacio, el pigmeo de los gandallas. Puede que sea la victoria del movimiento (que es mi vida y mi sustancia) sobre la fuerza gravitacional el único misterio que exista; ya que no hay tal cosa como la Nada del Don Nadie.

Me encanta la idea de que haya algo más que el vacío.

Aún en el mugre vacío, el polvo viaja. Hay residuos ya invisibles de estrellas muertas y el aliento de supernovas que, de seguro, sintetizamos en el cuerpo y son elementos más pesados que el helio. Mi siquiatra es feliz cuando digo que Don Nadie no existe y él es otro pendejo igual que yo. Pero mi hermana me creyó primero que nadie. Ha sabido oirme. Jamás ha dicho que yo soy un señor que dice pendejadas. El Todo está lleno inagotablemente. La sustancia es infinita. Es tan indispensable saberlo, carajo. Tiene que haber un edén perdido. Una tierra. Una mujer, una pareja que sea como sueño. Y ;a hay.

Ahora estoy lleno con un fantasma, con sustancia, con temperatura que yo mido con ojos de buen cubero, en una gráfica de contador que no existe. Puede que haya que decir ésto, lleno de culpas. Estoy haciendo escenas cochambrosas con su cuerpo. Ella es muy hermosa. La deseo con la misma inmoralidad del mundo y de lo inagotable. Estoy integrando la unidad que perdí. ¿Hedén ya no existes? Seguro: la jodieron los incrédulos que no creen en Aor, la Luz, ni en Aisha, Eva espiritual y serpetina, no la pendeja y llorona, alma emputecida y corrupta.

¡Pero, al menos por un rato, no siento esas culpotas siquiátricas! Hoy, por los momentos, que ella me brinda el espectáculo de la Eva desnuda, la toalla caída, el chochote a la vista, y me siento adámico. Con el poder y el control que encumbra, o me sube al alero donde me cuelgo para tener el conocimiento de la Luz y el Soplo de Aor.

II.


Mi erección es cada vez más espléndida mientras tú sujetas el espectro, como si estara dentro mí el Pozo del Viviente que me ve y la plenitud de la luz de la Verdad. Has rodeado con tus brazos mi cintura y has dejado mis brazos presos, porque yo te subiría si tuviese las manos libres al ápice del nabo.

Una deidad eres y allá donde trabajas, Catherine, ninguno tiene unos nombres más bellos para tí que los que te doy. Aisha. Sémele. Isis. Isha. Perséfone. Evé.

Sólo yo cultivé mi soledad, adorándote, y ennoblecí lo más vil de tu atareada vida para que el día que sea libre y sepa hallarte, abierta para mí como una puerta, entrar y penetrarte. Tú serás la luz; yo, una tiniebla que te ha conocido. Me alojaré en tí. Eres la novia que anhelaba.

El panteísmo de Spinoza me permite una identificación con la Naturaleza, que es erótica y zooerástica. Lo primero es visualizar que soy un puntito de luz, el punto inerme de una tangente infinita. Luego, por causa de esta noción del ser (sattva, como dicen los atomistas de la India), quepo en todos los lugares. Me filtro en los vacíos. No necesito de enormes espacios. Ni de enormes tinieblas. Nadie se deposita en mí; pero yo sí lo haría en la vagina deseada, en la apertura de otro ser, soñado.

El podrigorio de un pájaro negro no me ocupa. Sin embargo, las tusas de la cumbiamba se desesperan. Se quedan sin auditorio cuando llegan a predicar. Esperan que yo les crea que la esencia de la consciencia es lenguaje.

Ustedes, promotores de himnos culturales y elucidantes de rezos litúrgicos, se arrodillan y cantan, invocan a las sombras absolutas, a fin de contarse como devotos inspirados. Se creen que tienen el «Summun Bonum» agarrado del pescuezo o del lomo.

Algún primitivo profeta propuso la Gran Receta: abrirse en diálogo con el objeto ideal y los diseños de esperanza. ¡Llenarse de palabras y fórmulas: chachalaca al mole! Mi receta ideal es colgarme de los ejes e imaginar que soy tan pequeño como un puntico de luz. Y que la Luz se expande cuando el Soplo se inicia y rasga los velos oscurecedores del espacio.

Imagino que soy mudo como un árbol. Así no molesto a nadie, soy muy inocente y me escondo de los pájaros negros. Se me olvida la hora de almorzar, cenar y bañarme cinco veces diarias. Tampoco me cepillo los dientes. Soy microbiótico. ¿Y qué necesidad si en el puntico de luz no cabe una bacteria? Aún así, no sé por qué... ¡he esperado por alguien! ¿Será por tí, Catherine, Eva terrestre?

Don Nadie, el dios pigmeo, el hoyito valiente, negrito de pendejos hasta el culo, me promete la Virtud Eterna, las Ropas Blancas, las bienaventuranzas de la Resurrección y la Santidad. Dice que no quiere que yo sufra. Que vuelva a ser Aisha de paraíso.

En realidad, no pretendo tantas cosas. A veces, con Don Nadie, porfío sobre lo que se me dará, por retribución de mis buenas obras o por castigo por mis baturradas. En secreto digo: «¡Déseme una mujer que sea como Catherine!» La Eva terrestre, Aisha que me perdona si la espío duchándose; perdona si confieso, que un pájaro negro con maldad canalla me habla al oído, me caga los chaquetones.

Medito sobre la hipotésis siguiente: él puede, al final de cuentas, como Sanchoclós en Navidad, dar algo que no sean disgustos. Hace muchísimo tiempo solicité de él que mi cuerpo ocupe el mínimo de espacio. Y que mi consciencia, sea despojada de lenguaje. Que sea mi yo una chispa de luz, nomás... Esto es ser parte del Dios que es Todo y Nada. Colgado de los pies habito la luz perdida. La que se fue de Hedén / o Hadama de algún modo y borró el paraíso. Ya no hay paraíso como aquel de Aisha. La Eva celestial.

... Tú, con tantas luz guardada y oculta bajo tu dureza de perro amargo, siempre callas. No te quejas. No ladras. No te jactas del brillo de los rangos de tus magnitudes y misericordias. Envidia de los santos, boquetito arisco, casita vaginal para las vergas que se portan bien, dáme un pináculo en los montes lleno de luz...

En fin, rezo. No soy un irónico, cínico de lo peor. Estoy enfermo de la mente, según un siquiatra. Estoy enfermo de nostalgia de Dios, dice mi Catherine... Mi sangre fluye con su memoria eterna, el presente que nunca termina. Organizo las palabras escondidas. Sudo cada esfuerzo. Nadie lo hace por mí. Cuido el bosque de los árboles vivos. Y del riego de mis silencios, que son porfiadamente creadores, nace el Arbol del Conocimiento. Quiero merecerla. Que Catherine no me abandone. Que no vaya a un hospicio. Que me dejen con ella.

Como amante perenne, no me desperdicio. Espero a La mujer para completar mi gran día con la Luz. Necesito mi erótico volumen de gracia, mis geotrópicos movimientos de cadera, mi sensual fotosíntesis de inspiración y gusto.

¡Qué delicioso es estar colgado de los pies! Bailo con mecidas. Como canción en mis labios, son el hacha y la hoz. Me gusta esta locura. Cristo se apiada de mí. Es un pez del aire que chupa de mis poros y los lava con saliva... Yo creo en Cristo como en pan y pescado. Si Cristo es otra cosa, no sé. Prefiero no creer en él. Prefiero a Buda o a Mahoma. O Gloria Trevi y Alejandra Guzmán. Yo no me complico la existencia. Que se la complique don Nadie.

Hay frívolos sistemas, sintáxis de-codificadora; pero, ¿de qué valdría si el mundo no es concreto, aunque sea doloroso y feo? Así que se vale soñar, o al menos, buscar una herramienta de la prosperidad... En mis pausas se martilla. Se timbra. Se repican las campanas. A más golpes, más crezco. La altura se satisface en el gozo y más posibilidades libero de los seres que se roban el espacio y lo llenan de sombras. Yo no soy la verdad al alcance de la mano; pero estoy orgulloso de no serla.

¡Qué maravilloso es pagar el precio de todo, sin monedas, sin codicia, sin miseria, y en la realidad cotidiana, que preguntemos por qué el martillo no está en mi boca, sino en toda la piel!

*

6. El Padre Sol y la experiencia esofagaria

Dáme la luz de tus escrotos, alto voltaje del osteon, pelo por pelo, vejiga por vejiga. Recuéstate, sodomita, en los encinares de Mamre y dáme tus gases, tus definidos y pequeños cuantas. Echate pedos. Regocíjate asociado a las ondas. A Salem mojarás los campos potenciales de su boca mientras se chupa de tu duro electroducto. Insértalo en mi boca, aflojadas tus rodillas en amplitudes máximas.

A más negros tus puños, más chorro de esplendores. ¡Más sabrosa la mamada!

Por el amor con que la Naturaleza te llenó de agujeros y la voz del corazón te cosió las heridas con flechas de ábrete vida, me derramaré en tu dolor, en espesa adoración, como vómito santo y lágrima vibrante de vasalgia. Yo quiero de tí el todo. Tú serás El para mí. Y me pensarás tu dueño sin poder arrepentirte. Me darás amor con tus propios testículos y yo seré para tí, la mujer, cuando no tengas otra. Latiré en tus huesos como bravas rodillas. Viajaré en tu trayectoria esofagaria. Alimentaré tus millas viscerales con las que cuidas el infinito desde el vientre. Querré el desperdicio vegetal de tu excremento y estaré detrás de tu oráculo de gracia. Entonces, también serás mi mujer...

Te amo porque eres generoso y agradecido y a las plantas cocidas por tijeras de tus dientes dices: «Gracias por detenerte y morir. Gracias por tus velocidades virtuales y los momentos de tus fuerzas concurrentes. Gracias, aceite, por destilar tu vida para mí y por entrar en mi boca y salir de mis nalgas». Te bendigo, pedazo de yuca. Te enaltezco, plátano amarillo. «Gracias a todas las auxinas, crecíste para los dientes que te comen»...

Te amo, carne a la brasa, chorizo embutido de sabrosura bienaventurada... Fuíste paloma, cordero, pescado, cerdo y ya, en mi boca, serás el bolo digestivo que alimenta, mi bravata de nutrientes, mi satisfecho pedo. De la boca al corazón, del chacra pélvico a los mandalas del sol que habitas, eres agradecido y en las cabalgatas del tiempo tu salud es hermosa.

No te dejaré ser dios, pero silba, «Vayu, vider le sac», truena, pistolita. Mueve tus demonios jehovíticos y guarda el orden de la historia y humaniza cada partícula que, sin mí, has amado. Te seré El cuando seas para mí y no podrás evitarlo. Me aferraré a tus hombros y tú, castigador bastardo, dirás: «Padre Sol».

Por disciplina jerárquica y mandamiento del padre social, te nombro mi nalga, mi amante, mi camote. En la función de destino, te cumplo y, tú denso y cohesivo sistema de deseos, cúmpleme, aunque te duela. Llámame, si así te place, Caos, Esclavitud, Denso Zarpazo, Locura, Involución, Negro Agujero...

Estaré siempre ahí en el lugar que me has dado, que es el lugar que yo te doy. Y tú, griega y trágica sombra, heroica irreverencia, me dirás: «Véte al carajo».

Aún así, te amaré y te haré salir de las acogetas, donde te ocultas de mi rostro, porque yo sustento tu amor para que seas completo y tengas senos de leche amarga para las bocas dulces.

Anduve, chupa que chupa, los rastrojos de tu olvidada identidad, cuando estuvíste ausente. Pero nunca mi boca se secó. Nunca te dejé de nombrar, aunque te fuíste.

El sol parece distante, pero es el Padre Sol, el hijo Sol, el hermano Sol, el esposo Sol, el amante Sol... y coagularé las proteínas del océano para que tengas vida. Excitaré la ulva rígida en las mares dulces para que existan los placeres. Con musgo me inventaré los colores y en las praderas extenderé el fresquedal. Y tú, en desobediencia, ya que donaste tus protones como un ácido, no dirás como dijíste: «Soy yo quien defino la identidad bioquímica. Yo tejo la red, yo vinculo los péptidos, yo el proteínico, soy el carpintero que edifico las células».

Tú inventaste la Ausencia y me acusaste: «El la creó». Te dividíste. Dijíste «Yo» y me dejaste sin tí. Tú me inventaste. Yo inventé el Uno, yo en tí y tú en mí. Fuimos nosotros antes de tu ausencia.

Pero me abandonaste.

Te sueño, minga parada, en zonas del mango de manila y en grito de la morronga chiplocluda.

Antes tú obedecías en los valles siderales del asueto. Fui el peón de tus rencores internos. Vivía en tí y tú conmigo. Juntos hicimos lunas, casi sin hierro. Con el cesio, a bocanadas, inventamos la luz azul. Rotamos la tierra.

Gravitamos. Incendiamos el oxígeno en el interior de las estrellas. Desintegramos el neutrón. Separamos los protones y los electrones y abríste tus ojos cuando te víste, por primera vez, soberano como rey de otras luces.

Hoy has cambiado. Te portas como cusca que no baja al mamey. «Véte al infierno», dijíste al que más te amara.

Te separaste como electrón en vuelo, cargado de atracción por lo insólito. El infierno fue mi núcleo. El paraíso se inventó con tus saltos de rana cuántica... Entonces, sufrí por tí, en los agujeros negros y en los llantos del taquión que aún no conoces.

Se me cayó la madre cuando tu lingam no visitó mi cueva ni me formó una casa con sótanos iluminados y hormigas de praxis masculina. Pero te amé igual. Te seguí amando.

«Píntate de colores, Satán», me dijíste y fabricaste tus más dulces perversiones en la Maya. Me tiraste como chancla vieja. A la sandalia que te hiede la perdíste.

Me dijíste payaso, majadero, opresor inútil, tirano, enemigo, rival, Serpiente antigua. Y seguíste tu vida de paloma negra y parradera.

Desde entonces, tu ofrenda quemada es la sangre de mi cuerpo. Tu alimento bendito es el guiso de mis entrañas. Tu reino es el Olimpo y subes a las baalas. Tu mundo tiene cortes y corporaciones, talleres de control y redenciones. Llamas a tu ausencia, la soledad y a tus culpas, acusaciones. Tu voz es rayo fulminante y tu beso destructivo, traición.

Después del placer, ganas la tirria, el aburrimiento. Estudias, sin comprensión, el Absoluto en cuanto sujeto y objeto activo de tus mundos.

Antes yo fui tu Absoluto. Tú no estudiabas nada. Tú eras mi deseo y yo tu absoluto gozo del deseo. Hoy estás empobrecido, sediento de pactos y nostalgias, creyendo que nadie te ama. Te buscas en túneles de la muerte, en espejos theta, en tragos de acetal y en polvos mágicos de químicos.

¡No busques más! Te hallé, hijo pródigo, y te amaré con más ahinco.

Caíste de la cruz. Los infieles dejan al cristo humano, transido en clavos y burlas y escupitajos... pero yo no te dejaré. Yo no. Te pertenezco como el amante leal y soy el querubín de tu costilla. Se te secó la fuente inagotable, la mina de arañas, caverna que se extiende en tu cama, con sabrosas holandas, para que caigas en ella tan prosaico como mordisco en la gruta de Isis. Se chorrió el chamizal por el Valle del Prepucio cuando te hallé en la piedra de la circuncisión y dije: «El es mi heredero».

Nadie lo toque. El que se fue y pidió la herencia mental de sus caprichos y comer de lo mejor de la Maya como cazador de destinos y renovador de la tierra del amor, es mi hijo. Yo lo recibo. El tiene su casa. No pedirá limosnas. No ayunará por causa de la necesidad. No necesita las reliquias de los célibes y santos. Satán lo ama todavía.

Este es el pacto: abrázame, tirano fálico, cazador hebreo, y te daré tu Espacio y tu Tiempo, el cielo nutricio, delicias de mis campos morfogenéticos. Yo soy quien mejor entiende tu fuego y la humedad caliente de tu axila.

Soy tu entropía, tu varón y tu hembra, tu hidrógeno en llama en el interior de tus estrellas. Te dí la intrepidez del pez fluctuante en el océano cósmico. Dejé que seas sin mí y no por mí.

Soy tu amante, el más apasionado de los hieródulos con que traficas tus polaridades cuando te vas a los desiertos a echarte con las bestias, o te sumes en campamentos de misterios, incrédulo de los ángeles y de aquel que se arrastra hasta tus piernas, serpentino y zalamero, con memoria de secretos y soledades que ya no recuerdas.

Finalmente, él aceptó ser un elemento de crisis por la pérdida de protones. Soy el padre del Sol. Coagulo el albumen.

*

7. El exhibicionista y el arte

Viví por entre 12 o 15 años con este problema del arrimo de una megáspora, opresora a todas horas. Se fue compasivo con ella y no conmigo.

Se protege, hasta el exceso, a esos invasores. Fornicamos con ellos a diario. Los abrigamos con nuestras cobijas y echamos por la punta del capullo el chorro del ens seminis. Los idolatramos. Ese es el ideal falseador: Son lindos y buenos. Los ídolos quieren nuestro bien. Nuestra felicidad. ¡Que sigan multiplicándose pues como frutos en los vientres de las vírgenes!

No sé por qué remiendos, o componendas, el ser de Don Nadie les tiene comprados a todos y, a pesar de las ofensas que comete, se permite que individuos como yo salgamos a la calle, oliendo a una poesía de odio, que él nos inspira e inyecta... Quiero decir, yo odio a los ídolos. Voy siempre por la neta. Una verdad desnuda. Una vehemencia sin máscaras.

La encarnación del Gran Payaso, su ente singular, pícaro, cachondo, ya es cosa del pasado, opino no yo. Ya entiendo aunque sepa que el juicio y el entender no son la verdad. Entiendo que no debo vestirme de Payaso, hazmereir, ante mí mismo.

El fue invocado en los templos del fascinum» y en el Yo soy de la confesión mística. Para él, inventamos el Shekinah, ¡aleluya a su Gloria! Uno es capaz de quitarse los calzones. Follar en verdad. Uno es puro hasta en la pezuña hundida. Hay un oculto Bien y a veces sacarlo es exponerse a los ladrones. Pero es como uno debe ser: Puro. Neto. Verdadero. Claro.

Y, por tanto, el Gran Payaso no es un ideal. El ríe cuando debe llorar. No sabe a dónde va ni qué anhela. Es un caos. Y, sin embargo, como suplantador, se acomodó en el círculo primario con la quieta pachorra del iluminado.

Algunos no dijimos que le amamos... ¡Pues para que venga Su Reino es necesario que se quite la nariz roja, el oberol de bolitas, las greñas... el payaso debe desvestirse y, sólo así, aguas, que no se azote el consuelo! Hecha sea la voluntad de quienes de veras aman y protejen a lo más frágil de lo humano.

Llegó por quien lloraban, ¿no es así? ... Miren mi caso. Mi ejemplaridad y no lo expongo porque yo sea un narcisista. Yo fui el payaso. Con mis pendejadas se rió todo el mundo y no que fuera muy chistoso que digamos. Culpa de payaso tengo. Tristeza de payaso.

El ahora es el centro oscuro, como decir el sótano donde yo me cuelgo de los pies. Por seguir iguales ritos, allí y con los otros tontos que esquivan el soluto, estuve en aras de la búsqueda y el rezo. Fue mi lugar más desquiciado porque fue mi lugar de reposo. En la universalidad de las transformaciones materiales, o nos atrapan las moscas, o nos derrumbamos en el caos y dejamos el ser por los hadrones.

Fíjese que le doy la oportunidad de ser prudente, en cierto modo, lo invito a mi casa para quitarse esa tristeza de payaso, y se transforma en el limosnero con garrote. En esta ocasión el Gran Opresor / el Gran Chistoso / el Fascinador funciona como quien finge gratitud. Me dijo que me obsequiaría unas alas si lo dejaba vivir dentro de mí.

Dijo que soy muy hermoso, que tengo el cuerpo (sattva / bodhi) que él quiere. Le dije que no volviera. Soportaré mi dolor. Me entraron las ganas de matarlo. Salió el peine. El fulano es inconsistente ante en éso, la sexualidad. No quiere nalga de mujer; él come hombres, muchachitos. Con razón le rompen las narices y está siempre golpeado en el fondo del caos.

A la tercera visita, él ya sólo hablaba de puras cochinadas. Después de sus puterías me agarró las bolas... Me descolgué hecho una fiera para matarlo, pero él desapareció. ¿Dónde se fue? Se había metido dentro de mí. Lo supe porque, en esos días, tuve la obsesión muy grande de volar y lo sentía dentro de mi estómago. Llegué a meditar en detalles. Es un torpe, gandallón, inmoral; pero quería algo. Tenía un anhelo, aunque sea uno. ¿Pero puede dar alas quien nos la tiene? ¿Puede elevarte quien no conoce el espaco?

El doctor Maltzman no halló las temidas úlceras gástricas que se me supuso como síndrome de un payaso en el estómago, ¿me cree? Ni tengo alas ni tengo espíritu. Ni úlceras ni índices de un homosexualismo latente. De modo, que me dijo: Quizás eres un poco narcisista. Y porque eres así, protégete de las caídas y de los invasores. Claro, siempre caigo de panzaso en la lona. Me protejo.

Sobre un matress, muy mullido, me tiro si quiero de cabeza. Ensayo mis caídas sobre Las colchas. Caídas peligrosas. Sólo que el delirio de ángel alado me duró poco tiempo, gracias a ese payaso que hallé en un circo...

El engañador dentro de mí se creyó tan hermoso y no lo era. El era un vergudo. Un macho tonto, bruto. Algo para las mujeres burguesas y quedadas. O las putas. No para mí.

Yo soy pintor. En mis canvas plasmo los ángeles. Hice unos murales en el Banco, por una beca. No se confunda. Me gusta la lucha libre, hago mis rutinas de gimnsasia y en el sótano de mi casa, o si quiere, mi estudio, casi nunca va nadie.

El payaso, motivado por mí, se matriculó en un curso de arte. Sólo para andar conmigo, peguiche. Y él que ni dibuja ni pinta, ni picha ni cacha, anunció: «Este putillo se soltará la correa sideral, se bajará sus luengos pantalones, el supercluster, y exhibirá dos míseros guisantes, planetas que jamás se cocieron». Ah, supongo que hablará de él, porque, yo me veo mi propia cosas, y no tendré un tolete tan grande como el suyo, pero mis guisantes están en condiciones. Suelto leche en cantidades; he resbalado en el baño sobre mis espermajos.

No tuve que ver nada con su propuesta. Así me ridiculizó... En el salón, esperaban que yo posara. Que se hiciera un cuadro mío. Dizque yo lo había prometido al alumnado de artistas. La futura generación de pintorazos y retratiste de México.

... pero es cierto: ¡él se desnudó para una clase de Arte en la Ibero! Házlo tú. Mas él estaba en mí. Incitándome a hacerlo. En lo qud me respecta, no serví de modelo. El lo hizo. ¡Qué vergüenza por él! y por tentarme a mí.

No tuve que quitarme los calzoncillos; pero, ahí de fresco, me las pasé el santo día. Sólo porque el Gran Payaso propuso: «Pintemos a mi amigacho alado. Es tan espiritual que su desnudo es el alma». Se vengaba de mí. Ya repetía, a pie juntillas, mis palabras, mi estilo expresivo, mi visión. «Hay un oculto Bien» y a veces sacarlo es exponerse a los ladrones. Pero es como uno debe ser: Puro. Neto. Verdadero. Claro. Verdad desnuda.

Posé para todos. En realidad, no fuí yo quien se atrevió; sino el gran payaso. Píntemosle el alma. Nadie me vio el alma; él que suplanta sólo muestra lo externo, el que observa, con sus ojos, se inventa otros fantasmas. Puede que sea el vergajo del tránsfuga. El sexo con el extraño. No me conocí tanto a mí mismo hasta es momeno en que un Don Nadie da órdenes y uno hace lo que él dice.

Una guarra me pintó desnudo y tituló su cuadro «El purusha»... A otras les fascinó mi genitalia. Pintaron una especie de exhibicionista. Después de varios días y yo, o él posando, quisimos festejar la experiencia. Escuché al Opresor / al Fascinador / al Payaso / Pordiosero con Garrote: «Veamos si ahora, mujeres infinitas del mandala, insistís en vuestros juramentos, porque el dios que conocemos llegó desbraguetado, en aras de la amada, y el universo de sus canchondeces se mantiene expansivo para siempre».

«No me gusta el modelaje. No sirvo», dije desmintiendo a la pintora.

«¿Por qué? Lo hicíste bien».

El Payaso / Don Nadie, no sé donde, no sé cuando, ya había cumplido su tarea. Lo sentí intensificado. Fue por mi boca, la del Purusha Alado que la pintora trasladara un lienzo, que dije:

«Se me arrecha la verga de volada y después las pintoras se acercan. Me invitan a follar».

*

8. El suplantador y mi interrogatorio

Le dí mi casa, mi ropa, mis gratitudes por todo lo recibido. Todo. Sin esperanza de que él me ofreciera el auditorio de las consciencias limpias, lejos de la plaza y las moscas. Donde empieza la plaza, empiezan también las estridencias de los grandes comediantes y los zumbidos de las moscas venenosas. Esta es una cita de Nietzsche.

Sin embargo, el yo sabihondo, logrero, sin gloria, me traicionó. Me pudrió. Quedé sin abrir la boca, no como el hombre intenso que anhelé, mudo año tras año. Mudo y triste, a no ser que echaría el rollo que le dije: «Estoy loquito, gracias a Dios, y él en su misericordia me dio la mamacita más chula del mundo y tres hermanitas hermosas como soles».

Todo cuanto fue callado, reprimido, estorbado y prohibido, frenó mis ansias de sobrevivir y me dio su asqueroso amor, amor que obedece, consciencia silenciosa y pasiva de rebaño.

Nietzsche dijo que sólo la mala consciencia dice yo. O que habla de culpa. No sé. El hecho es que nadie me ha tratado como un individuo. El ser me trajo al Yo del agradecido enfermo, me condujo a la mala consciencia de siervo. Esta es la moral del esclavo de la que lucran los comediantes de la plaza, los diseñadores de comportamiento y de tablas de valores. El que buscó su provecho como ladrón y se valió del rebaño fue más listo que yo, pero no pudo evitar que lo odiara. Resentido. Me volví muy sospechoso.

«¿Para qué es el Yo?»

Para eso. Para ser un resentido. El yo es un gancho y el más salvaje y mentiroso te agarra por él.

Ciertamente, el Yo del Sattva que se me pegó y que dice que el Yo piensa, discierne, anhela y sufre. El Cojito Cartesiano, bastón en mano, cum mica salis, se da alas a sí mismo. Evita caminar sobre el opus gloriae del Esse. Prometió la felicidad como «ubi abundavit vita», ¿se fija?

Si no lo asesino, me asesina a mí. Y, en esa voluntad de que un día pueda salir ante mis ojos, sin que yo lo asesine, me siguió a todas partes. No me lo pude separar. ¡Vaya terquedad!

Este ya no fue una cosa, arrimada a mis huesos, fue mi camino. Fue la maligna variedad de ciertas posibilidades determinándose dentro de mí como el moscardón y el chupasangre, llamado espíritu.

«¿Dónde vive?» ... se atrevieron a preguntar.

En la Naturaleza.

«¿Dirección?»

No tengo dirección. Sólo el ser tiene su alojo y la meta de pervivir, enchufado a mí como clavija.

«Dirección, ¿o teleología?»

¿No han visto que un suplantador me arrebató la mía?

Fui su camino, su techo, su circunstancia más segura. Se metió en mí, que soy un cachito de algo inorgánico que se hizo orgánico, y él me desalojaría, si no tuviera el proyecto de matarlo como mi único recuerdo.

Se quedaría con mis camisas y los Edwin Jeans de mi closet, con mis hermanas se iría a la cama, y le robaría a mi jefa. Sólo que, para el desalojo, él tendría que salir y mostrarse ante mí por otra vez y, entonces, yo no perdería ocasión de apuñalarlo o matarlo a golpes.

De la única manera que he sido libre fue dejando de ser su cautivo. El practicó el juego de esconderse y su yo, en mí, el juego de creerse libre cuando no lo fue. El nos halla, nosotros no. Estuvo más protegido que cualquiera de nosotros. Estuvo impune e ilícitamente encumbrado, siendo Don Nadie.

Me entretuve con el artha del Atharva Veda. Derribé la anagogía, estrictamente mística. Le eché mil kilos a la magia y llamé por su nombre a todos los manipuladores apodícticos. Me gané el odio de todos los que me besaron las mejillas.

*

9. El regalo

¡Ayer cumplí 25 años! La vida quiso obserquiarme con un detalle que se llama amor. De regreso de Nueva York a México, la que me ama, mi hermana Catherina, me compró un jacket de cuero, diseñado por Z. Cavaricci. Para mí, fue la oportunidad que exhibir cuán agradecidamente se puede vivir. Que no soy un desalmado, como han dicho. Dentro de mi insignificancia, tengo algo bueno. Un valor. Una pizca de amor.

Sucedió lo siguiente, aprovechándose de la lluvia, el que no me ama, se impuso. Me dio su deseo de salir y ahí vamos, él y yo, a tumbos. Llovía a torrentes. Enviaba mi chaquetón de cuero. Me lo pidió prestado unos minutos.

«Aunque sea unos minutos», suplicó.

Y, al fin se lo dí. Caminamos por el Paseo de Reforma. Hicimos el desastre... y yo, con el jacket de 750 dólares que ella me había regalado, lloraba por las calles al lado de tal ser invisible y demoníaco. El se revolcó sobre cada fango del camino. Después del paseo, imagíneselo usted, el atuendo quedó hecho una basura. Roto, manchado, lamentable, del mismo modo, el corazón mío.

Así me presenté en casa. Caterina se encerró en su habitación, enojadísima y lloró. Quedé como malagradecido. Fue su regalo. Apenas días, mugre. La comprendo. Mas no me comprendo yo.

*

10. Rodeado de vampiros y odio

A veces pienso que tengo 4,000 años de edad. Me han escupido los tirios y troyanos. Todos los extranjeros han aborrecido mi nombre. En las tierras ajenas, fui esclavo, igual que ayer que lamí la coyunda del ser. Yo no pude tener un lenguaje utilitario, como usted y cualquier hijo de vecino. Escupo serpientes aún sin quererlo.

Converso con las moscas y los dioses falsos y me resisto, al darme cuenta de ello. Esa es la diferencia entre el mundo y yo. Mis experiencias se parecen muy poco a la holgachanería prudente de este mundo. Quien impulsó mis actos y me robó el control y la autonomía fue un ser temible. A veces este mundo es la burla de aquel que me poseyó y esto sí me amarga. Los días de seres como éstos son largos e impropios. Nos los introyectan. Mordemos como ellos. Nos canibalizan. Nos transforman en vampiros.

Siempre mi familia me justifica, en nombre de la poesía, al yo explicar la naturaleza de mi obsesor. Digo que los vampiros no me dejan en paz. Entran por mi ventana al atardecer. Llegan en Luna Nueva, preferentemente muy entrada la noche. A estas horas, ellas odian la hora en que nació el primer poeta y maldicen a la madre que lo parió.

Dijeron que leo a los góticos alemanes. Que me pinto los párpados negros, no por putoide, ni por heredero de una propaganda subterránea en la escena darketa. De niño me dijeron que necesitaba un colegio militar, o una paliza que nunca me dieron.

«¡Qué falta hizo un padre en esta casa! Uno duro que te hubiese roto los huesos», me dijeron.

Comprendo. No tuve padre. Ni lo necesité para que me amenazaran con partirme la madre han sobrado voluntarios y todos en la casa lo quisieron. Menos yo. En realidad, ahora le echan la culpa a la poesía. Parece que es un delito ser poeta.

«¿Poeta?», me preguntan.

Sin embargo, ni quise ser poeta, antes ni después del arrimo del ser, ni creo que lo que pasó se relacionó a la poesía.

Como individuo que inspira las sospechas y los recelos ajenos, por mi lenguaje y mis hábitos, yo soy el primero en sospechar el tipo de responsabilidades a las que fallo. Mal haría en no reconocerlo. Al ser invasor, al testigo falso, hay que eliminarlo. Lo que la gente sospecha y aborrece de mí es algo más que lenguaje. La esclavitud no huele a otra cosa que a odio.

Todo mi problema se reduce a éste. Soy un odiador perfeccionado. Mi voz se levanta en el polvo con fermento de ira que el Viento lleva a todas partes y mi raíz huele al humus del odio que la pudre, cada día más y más. Y esta irresuelta sed de certidumbre, hace de la realidad una impermanencia, viento y neuma, del que no sabe de dónde viene ni a dónde va. Espero que haya quedado claro lo que a mi identidad se refiere.

Aunque se pretenda el consuelo de las palabras racionales y lógicas, el exorcismo con métodos y conceptualizaciones rigurosas y experimentalmente verificables, es la misma canción: el ser invasor es fantasmal, ente indocumentado, axioma del que no sabemos ni el allí ni el ahí de lo pertinente.

Son una legión de vampiros. Y los vampiros no se matan con poesía. Ellos son los que nos colocan el arma homicida de su beso, no en nuestras manos, en la boca. Con labios y palabras, nos forzan a ser brutales, crueles, perversos, aún con el oficio den matar en nombre del amor y la eternidad.

El lenguaje, cotidianamente estructurado, en armonía con las categorías espacio-temporales, lo encubre. Todo él apunta, como el arma que nos dio, hacia nosotros para culparnos. El mismo se ríe de que seamos tan cobardes y de la complicidad generalizada. Los vampiros, si los conociera usted, en lo denso de la noche. Son como pájaros disparan a las escopetas. Nadie tiene más cómplices que el eximio Ser, Su Majestad el Ser Vampiro, o Don Nadie Vampiro, el Gran Payaso, Vampirazo, ni más amantes que él ni más pulgas que hallar en su petate.

Pero, ¿qué haremos si es difícil matarlo? Ya, en vano, colocar las cabecitas de ajo en los espaldares o encima de una mesa de noche, o bajo la almohada… y vano es decir en palabras honestas, como las mías, que la solución no es así de simple… Disparar con el arma que nos entrega. Pues, el arma es odio, será.

*

11. Meditación sobre los árboles

Veo que los carpinteros, con delantales de luces, serruchan en mis costillas y lluevo el aserrín. Ellos cantan y me dicen: Gracias, arbolito. Colgado, como cruz invertida, Cristo ha caído del Absoluto y platica cómo rehacer al habitante de la matriz integradora y primaria. Los fieles me buscan. No se cansan. No tienen miedo. Me llaman Arbol de Justicia.

Se han tomado el espacio que está libre, las tierras baldías del opus gloriae y construyen con agresiva productividad el reino, donde son príncipes y reyes, con la corona del propósito. Animo a que sigan construyendo. Necesitan del árbol. Y ellos elevan las escaleras para desatarme y toman de los cielos los frutos que la piel esconde.

Al parecer, soy un árbol muy alto y viejo. Los carpinteros me aman desde el tiempo de las orugas y las larvas. Para ellos, existo y no necesito ser ni apariencia de misericordia ni envoltura de cordura. Ellos se preocupan por otras cosas. Por ejemplo, que los querubines del Karma codicien mi árbol. Lo admito. Soy madera fina, digna de expoliar. Otra gente dice que no hay querubines, sino ladrones y que yo los vestí de sudor y locura.

Otro que me ven colgado dicen que soy una vieja cortina, sucia y llena de años. Clavan sus garfios en lo que es el corazón mío. Sin embargo, en vano, se mortifican. Sólo me conmuevo por los soles. Yo soy un árbol y de sol es que debo alimentarme.

Don Nadie es quien me odia más. El no hará sombra a la copa de mis amigos árboles con las tuercas exactas de su praxis porque mi raíz y la de mis iguales sigue honestamente sedienta de porvenir. Todas las víboras y los pájaros negros se suben a mi tallo, me muerden sin provecho. Los mixtificadores se enroscan en aras de chupar de mi fruto y me endurezco. Echo las cortezas rugosas. En mis enramadas se prodigan los espinos. Protejo mis células, me quiero.

No permito que ellos, los engañadores, muerdan un pedazo que yo llamo mío. Para lograrlo, elaboro unas metáforas que ellos no comprenden. Sobro analógicamente, me parapeto con placer y apetito. Por desgracia, me desatan. Odian que gire. Que rote. Me llevan a la tierra de los violentos y los cómplices, en una fijeza que postra, que vacía. Proyectan que como madera debo ser vendido.

Aquí es más difícil mi cósmica atadura. Soy el interno en este hospital siquiátrico. Se me prometió que yo vestiría de monje y tendría amarrado una cruz a la cintura, de modo que no se me acerquen, ni de noche ni de día, vampiros o demonio. No es a un seminario donde he ido. Lo sé. Ni es un colabozo. He sido recibido por la soledad de los hombres sospechosos. Aquí se me apendeja si me pongo excitado y se me excita, si me apago. Alguien tiene que asegurarse que estoy vivo, ¿quién mejor que el loquero?

Aún para ellos que, tan cómodos está, existe la posibilidad de que se refocilen, ya no en los altares, pero con heboides cochambrosos. Los internistas alegan que no es deseable el cisma entre el infinito y lo finito, no importa que no sepan pagar el precio de su máxima intensidad por aquello que es el objeto de sus adoraciones. Dejan que yo sueñe a gusto. Dicen que no son ellos quienes me han dañado.

Quise girar con la Geotropía y han detenido la mano con que Ella meciera mi conexión con el infinito. «No estás en tu casa. Aquí hay reglas. Si se quiere matar, hágalo en su casa». Es que no entienden. Nunca me he querido matar. Lanzarse a la eternidad es lo contrario. Vivir.

«¿Quién entre ustedes adorará, sin pataratas y sin protestas, el día que no haya premio y los días se vuelvan muy oscuros por exceso de pájaros negros, el día que el dios Amor / Geotrópico / exhiba por cara al propio báratro?», les pregunto y yo mismo contesto con mi boca verde de clorofila.

«Ustedes son etruscos de la fe, ociosos en el lujo, agentes simoníacos de místicos placeres».

¿Quién, entre ustedes, los godeos del protocolo y el ritual, los pietistas del canonicato, continuarán siendo los devotos cuando la carne a podrigoria lepra se les caiga a pedazos?

¿Cuántos, metidos hasta las trancas en desprecio, irán a la comunión del gozo santo y la franqueza primitiva del espíritu? Segurolas que ninguno.

Quien compadece pregunta: «¿Por qué te colgaste de los pies? Has vuelto a hacerlo otra vez».

Me tendí a beber la luz. Quise estar en paz.

*

12. Dios y la soledad

Cuando uno quiere hablar solo, Dios queda inventado. Dios no es otra cosa que nuestra soledad. Por spinoziano y monista que soy, vuelco mi ternura en los conejos y veo mi alma hambrienta, mi milagro de milagros. Cuando les hablo a los conejos, mi hermana me adora. Usted sabe, ella no es sólo en apariencia una hija de Moab. Su piel es negra y su hermosura opulenta; pero sus trajes no son ostentosos. Entre andrajos uno puede ver que adora lo que uno es. En la miseria y la soledad está contigo.

El alma hambrienta bien sabe lo que son sus cucutúes: multiplicidad en la unidad. Yo sé lo que es un conejo de peluche y uno que es real; pero ya no me importa si hablara a uno u al otro. Ella me dijo: «Háblame a mí. Yo soy el conejito real».

En realidad, a los dos, a cualquiera, las preocupaciones filosóficas valen cacahuate. Nos unen sentimientos de invalidez. Esta miseria común es nuestra realidad.

Como todos los imbéciles reales, yo solía convertirme en vecino asincrónico y él, cualquier engañador, aunque en vano se delegara en mí, era más feliz que yo. Ni le limitaba ni le predestiné. Fuimos dos permanentes irreconciliados. El sí se jacta de ser un objeto absoluto... Creen que tienen un dios. Pero Belphegor es un muñeco de peluche. Es un becerro de oro, alrededor del cual bailan los moabitas. Mi alma hambrienta, hermana mía, no es una estatua de Astarot. Ella no. Ella tiene un conejo real y desde el alma es que habla. Habla como yo y el son de las zambombas la ensordece.

Y yo, la sombra encarnada orgánicamente. Y los dioses falsos de esa legión que me rodea, en un mundo seco y árido, han sabido que yo viví en cuatro patas, desplazado en tierra de los mortales. Por eso quise a su chamaca cuando supe que me quiso; puede que se haya reído si lo quise matar. Ella, con su conejo real, no es para él. No es para ningún Belphegor, dios falso. Novio falso que busque una mujer a quien chingar, robándole lo que tiene.

¡Fracasé tantas veces! Por eso vine aquí, donde los hambrientos y los pobres se reúnen después de algún cataclismo, o una emergencia. Ella vino con él porque la ha rodeado, con sus orquestas de zambomba. Ella siguió a su lado hasta que me vio. Yo seguí en la esfera del silencio. Da la casualidad que él nunca me dio otra cosa que dolor y celos. Puede que él se hayan reído de mí. Ella no. Por eso ha vuelto a mí y me ha dicho, «ya no serás un vecino asincrónico».

Otros advinaron que mi corazón rechazó los falsos deleites, se empozó en el rencor y no en lo que predijeron. Se asombraron de que dijera que me alegra la captura de Belphegor. Que ahora podría reconquistarla. Quitar su novia. Obtuve un lenguaje rencoroso, mi pozo de ira y de soledad, que un día (un día que será hoy estallará como una granada).

Lo supieron. No sé si fui injusto al odiarlo, pero estoy seguro que es honesto pelearse contra la incorporeidad y pelear con los ángeles desde alguna trinchera. Por esto no tengo remordimientos. Esto me ha permitido volver a la sustancia, a la raíz, al placer. Al verla, al saber que me saluda, me he vuelto a enamorar.

Entre los moabitas, se sorprendieron al descubrir que tengo mis propios deleites, jamás definidos antes. Había sido difícil matar a Don Nadie. Lo admito, ¡pero no hubo de otra! Esperé pacientemente. Fue necesario que muriera el que sorbe el escapismo por las narices. El que prostituye a la niña de mis ojos. Tragué la amarga tolerancia antes de actuar. Malviví al ser para que él me dejara. Por esto pienso que soy prudente aún en la desesperación del presente. Había prescindido de su novia, ya no se la codicié; pero, al verla, le dije: «Ven».

Ya corté de tajo la costumbre de obsesionarme con lo que no es mío. Inventé, por primera vez, algunos placeres para mí, no para los idólatras. Estoy en medio del campamento de socorro. Y los infieles funden el oro de sus herencias. Harán con sus emociones un becerro. Con maderas, una estatua de Astaroth. Todos participan menos yo. Se me ha ocurrido inventar la soledad, perpetuarla acaso. O llamarle Dios.

Don Nadie, como todo el que adora a Belphegor, desprecia a los solitarios. Esto es lo mejor que yo soy y que fui... alguien que se aburrió de tanto dar gracias a la Misericordia de Dios, a los médicos, a los loqueros, a las criadas, a las carnalas, a las solemnes urracas, a las venenosas moscas... alguien que anheló el juguete más peligroso, o sea, la mujer... En verdad, me comporté sospechosamente, al ver lo más curioso que existe en la Naturaleza. ¡Las chamacas!

*

13. El cielo y el suicida

Más de una vez traté de matarlo; no de matarme yo. No soy un suicida. La vida es un desafío y yo la admito. Son otras cosas las que mato.

Lo tuve, maldita sea, casi en mis manos. Habría asegurado: Esta vez no te me escapas. La celada fue perfecta. Quise dar un salto a lo inorgánico, después de leer que todas las realidades son mentales. ¡Un libro de Berkeley! Esta sería mi cura («Sorge»). Lo lanzaría al vacío desde la Torre Latinoamericana.

Y este acto de dignidad fue interrumpido por Jeremías Campas, quien llegó con Cèline, una de mis primas lejanas de la Tribu de Voisin. El me agarró por la correa, de súbito. Y no se enteró que, con el amago de saltar, el heboide cachombroso salió de mí y yo detrás de él para atraparlo.

«Cabrón, ¿te ibas a tirar?»

«No», le dije a Campas. «¿De qué hablas? ¿No víste al pájaro negro que acaba de volar?»

«¿Qué pájaro ni qué pájaro? ¡Pajáro, mis güevos!»

Sustento una teoría de la megáspora visitante, o sea, la existencia de seres aberrantes, así como en las historias de los extraterrestres; pero él cree en suicidios por amor, en renunciaciones, en censuras trascendentales... Siendo mi enemigo en amores, me salvó la vida en favor de pajarracos cósmicos.

Me jaló hacia él como si yo fue un costal de papas. Me zafé. Y me vio correr tras el pájaro negro, sólo que él no entendía mi corrida ni veía el avechucho de mi maldición. Yo sí lo advertí en muchos de sus detalles... y por eso identifiqué que se trata de una megáspora. Una criatura alada, absurda, cuyo origen es la mar.

Esto ocurrió hace diez años en circunstancias ligeramente diferentes a las del suicidio de Campas... Bueno, perdóneme. Este asunto de Jeremías puede que sea tema de otro asesinato. No viene al caso, ¿o sí?

En aquella ocasión, Cèline y él corrieron tras mí, dizque para evitar que yo cometiera el disparate de morir. Dijeron que comencé a alucinar. Se preocupaban como si yo fuera el único que loquea.

Todos alucinamos. ¡Todos, todos! ... aunque yo soy uno de los prudentes más cautelosos. Y no se dan cuenta. Están convencidos de que el mundo es una locura generalizada, la orgía colectiva de tarados más democrática e hipócrita. En ese sentido sí me siento peculiar. Yo soy un poco cuerdo. Y hay soledad. Soy uno de tantos que asisto al simposio. Discuto las locuras de otros y nadie examina la mía. Ni mi locura ni mi prudencia. Ni mi lucha ni mi derrota. Entonces, clarines. Me siento solo.

Cada cual tiene derecho a justificarse. Unos dicen que los fenómenos son fantasías, otros que son nóumenos del subjetivismo, otros metafísica, otros arte, otros ciencia y prudencia. Esto último es mi campo de acción. Soy prudente, más prudente que el mundo.

La Teología es la peor de las racionalizaciones sobre el Orden Natural de Newton. Propone la noción del escape trascendental. A Feuerbach le dio coraje la invención de Dios, la proyección inventada del alma, el ángel, el espíritu y el inconsciente. Que tan sólo vale verse como sótano de ideas innatas.

Para fundar mi lugar, hacerme fundación de mí mismo, parto de la prudencia. Defiendo mi espacio. Digo: ¡Que nadie me quitemi lugar!

¿Cómo cree que reaccioné cuando ví a la megáspora salir como un pedo del diablo pelón? Estuvo alojada en mis costillas, entusiasmándome con una síntesis de la epistemología crítica de Kant y la ontología mística de Spinoza, sin darme ni Tierra ni Cielo. Porque es una tortura lo que él propuso (el ser contingente y no necesario del Ser Necesario) y mi mente se rebeló contra el dualismo.

Me vio enfurecido. Neta, porque eso sí... soy monista. O requete-monista. El dualismo me desubica. Aún así, yo no tengo comprendida la ontología del ser.

En la metafísica, de plano no creo. No creo. Mejor muerto que sin lugar alguno.

Sin mis entrañas como alimento, ¿pues, tendría alguna fuerza el pájaro negro para salir del acoso de los visitantes de la Torre Latinoamericana y hallar una ventana? Lo alcancé. Dí un manotazo aturdidor. Lo derribé, lo recogí.

Lo apreté por el pescuezo: ¿Creíste llegar a ser parte real de mi mundanidad (en el sentido heideggeriano), chupasangre, y creíste darme tus alucinaciones zoopsíacas como único legado? ¡Ahora, muérete, gusano! Cuando el tecolote canta, el indio muere. Yo soy el indio que te odia.

«¡Muérete, tecolote!»

Lo madreaba con furia.

«¿Qué tienes, muchacho?»

Cèline salvó la vida del bicho cuando me abrió el puño.

«¿Qué tienes en la mano?» sí, recuerdo que lo preguntaba una y otra vez. Creyeron que una navaja para abrir mis venas y, finalmente, ay sí, tu pendejo seré.

Aseguró que el pájaro que yo decía estrangular no fue otra cosa que un amasijo de estopa, o pelusa de polvo, que ella misma vio revolcarse en el aire. Ella comenzó a colocar las palabras en un discurso lógico, visual, categorial... y la realidad mental, la coyuntura original para el asesinato, se diluyó y el pájaro negro se internó en mí, por segunda vez. Y tuve que aceptarlo: ¡tenía en la mano puras greñas, revoltijo de no sé qué mierda!

Cuando el tecolote canta, el indio muere; ésto no es cierto, pero sucede.

Cèline dijo: «Tú no eres un indio, Pirri».

«Maldita seas», grité. «¿Sabes lo que hicíste? ¡Quitaste mi prudencia! Me echaste al estómago de quien me quiso tragado».

Escuché el tecolote. Cantaba las cuchufletas y burlas con que antes me empozoñara.

¡Vivo, está vivo otra vez como huésped de mis huesos!

Utilizó los indicios formalizados del lenguaje de ustedes, el habla de la medianía, el rasero y la distancia. Habló como el perfecto Don Nadie. Ofreció, aparentemente por mi boca, lo encubierto como conocido. Aquello fue mi suicidio intelectual que salió a volar.

Cèline lloró porque le dije «maldita seas, metiche» que fue lo único que dije. No sé porque me quiere en el Cielo que ella es. No sabe del lugar que anhelo para mí. El aquí y ahora.

Llorona, pobrecita. Saqué la metáfora del perdón y el irresponsable transubjetivismo subjetivista que nos permite el buen comportamiento. Les seguí la onda. El indio de mi paz comenzó a morir. Viva el acervo de la Europa filosófica y la modernidad, la Edad de las Grandes Ideas y el hombre del futuro. Viva el Cielo de Cèline. ¡Vivan los cantos de sirena!

Me sujeté al condicionalismo conceptualista, como si creyera ser el único esquizofrénico, en arrepticio por los heboides, que son los pinches seres. Usted sabe. Lo menos que me divierte es tener al puto estropajo dentro de mí y que una mujer llore por mis arrebatos.

*

14. El suicidio sentimental


«¿Cèline, qué voy a ser contigo?», te pregunté.

Lo medito. Examino si te lo llegué a preguntar o no lo hice. ¿Quedó pendiente una declaratoria de amor? Sé que te amaba, recuerdo haberlo hecho. Un día fuíste la que me dijo: «¡Cuídate! No mueras. No estés triste». Mas, por razones que no comprendo, tal vez relativas a mi locura y el nihilismo, te entregué a un drogadicto, a un hippie trasnochado de lo peor. Dejé que te lavara el cerebro.

Y por el gesto de arrancar una supuesta navaja de mis manos, me agasajé con el contacto de su piel. Volví a amarte por el contacto con tu piel. Tú debes ser una forma más comprehensiva de cielo, si me dejo llevar por tu nombre. Tú debes ser como una Venus si me dejo llevar por tu piel, o un beso tuyo. Me calientas, me aceleras. Me habría gustado apretar tus pechos y tus nalgas y besar tu boca en presencia de Jeremías Campas, mi rival. Jeremías es un campo abierto hacia el campo santo del profeta.

«¿Cèline, qué voy a ser contigo?» … sí, contestaste porque yo hice la pregunta. Recuerdo ya.

«Piojitos», me dijiste.

Enderecé el moco a tan linda metiche para que sonríera y dejara la lloradera... Creo que fue la única vez que ví a Jeremías asustado y celoso. Yo tenía 15 años.

«Te salvamos la vida, cabrón».

Ella también me dijo... te salvamos. O sea, se supuso que debo agradecerlo. Y como Jeremías estuvo celoso, ya que ella lloró por mí y me permitió que le hiciera piojitos, me agarró muina. Y me lo puso en estos términos: «No traiciones mi amistad. Ella es mi novia», te lo advierto.

Me chantajeó con ese cuento de salvar mi vida, pero ahí sentimentalmente yo fallecí. Ahora comprendo unas cosillas antes no hiladas. Se vale la pena meditar. El suicidio sentimental me ha secado la boca y los sesos.

«¿Y todo este alboroto, por qué?», me pregunté. Iba como un noctámbulo, sabiendo todo y nada. Anduve buscándote, nena. ¡Por celos!

Fue una coincidencia que él se haya lanzado al vacío, con las narices llenas de mota, un poco después. ¿Sería ésto por lo cual se me detuvo en la calle? El delincuente me asedia o sabe que lo asedio. Iba detrás de él. Tenía algo mío. «Te tenía en sus manos, amada mía», chantajeándote con su Olimpo. El es el jonás del inmenso yate cósmico. Es la ballena de la alberca gigante que construyó su Padre Omnipotente en su colonia de políticos ladrones y vulgares. Es el demonio / serpiente / que te habla detrás del Arbol de Conocimiento.

La gente no lo sabe. Ni mi familia ni la tuya, porque no son católicos practicantes. No van a misa ni el día en que se da por precepto una visita, en honor al crucificado y los calvarios de miles de santos. El es el enemigo de los santos. Tú eras lo más valioso que tuve, Cèline, y él te habló más sabiamente que yo. Te persuadió con lengua de serpiente. Te dio: «¡El es manso, loco de nacimiento! Es un quijote. Es un espíritu débil que no sabe disfrutar del mundo…»

Ninguno de mis defectos es que me gusten las nalgas de ángel ni el orégano chino. ¿Algo me gustó? ¿Droga? No… Pues sí, llámese droga: tus nalgas. Cèline. Te deseo. Eres suave. Me gustaste. Me díste las primeras erecciones. [Pero no lo supe hasta después de los 15 años tuyos y los 15 míos].

*

15. Jonás y la Ballena

... Y en la bodega sin fin, el vientre de ballena que El es, se concluye que sí hay un universo (y en él se naufraga) y hay condicionalidad histórica, que es nuestro pinche aquí. Es Jonás jode que jode. El dios del tiempo reversible, el ingobernable estrafalario de las curvas soledades del cosmos, el que saca terremotos de la manga, ¿será él?

Su escupitajo galáctico arropa a las enanas de todos los colores y a las gigantes de todos los tamaños. Aún así, se equivoca si piensa que yo lo puedo querer eternamente... Y, es verdad, a menudo lo quise, sin reparar la absurda alegoría de la eternidad y recé, invocándolo:

Crece, diosito mudo.
Agigántate ad infinitum,
payasito del horizonte eventual.
Echale ganas.
Sube como una enredadera trepadora.
Ven por tu Iglesia,
la amada que espera que la tragues,
tu hembra en los puertos, megáspora navegante.
Que venga Tu Venganza, bengalí sin bengalas.
Mándanos redención a los mandalas
porque nos cegó el Segador con hacha de deshonra
sólo porque te amamos, payaso primicial.
E invocamos Tu oscuro nombre de pirata.
Llévanos al rapto.
Restáuranos la visión, agujerito de carita pintada,
hoyito que estás en los cielos.

Baja a los azoteas, descubre a los que cuelgan
de los pies y olvidan su cabeza.
Sean las torres Tu reino.
Clávate en ellas, cáenos de nalga,
consuelo de Babel y no perdones el escarnio
de aquellos que nos ultrajan a diario.

Mal rayo los parta, a los que sacan boleto
con nosotros y contra tí,
morungas los pongas. Amén.
En realidad, las cosas más simples me las obsequia el silencio. Los placeres jamás serán tan complejos y tan inconvenientes como él propone. También para asfixiarme viene la temeridad y la condicionalidad histórica, ese ahí, donde ha caído desprendido, como fruta podrida, mi derecho a tener miedo, o mis justificación para tenerlo. Don Nadie a algunos señala como sus sujetos de prueba en la batalla espectacular para derrotar al Caos y forjar las almas devotas a las temperancias cósmicas. El engañador se encela de que consumas los placeres y la incredulidad, pero no puede evitarlo. El miedo histórico está ahí con una perversa elección.

Jonás, el que es él, te da la oportunidad de revolcarte en una tierra neutra y baldía, la terriblemente instransferible de tu verdad subjetiva. ¡Aunque uno es quien se queda mortificado! Uno no se termina de creer que es el Alma Pura, la Nada llorona e incólume. Después de todo, el dueño de las moléculas, el indio que muere soy yo, por histórico. Uno es finito y, por serlo, cobarde. Un profeta desobediente e infiel. Otros cuerpos triunfantes hay que no son del invasor...

Muchas veces le dije: Tengo la sustancia; yo soy mi propia causa; mi naturaleza es eterna en el tiempo e infinita en el espacio. El monigote del ser no puede ser dios en mí. Puede ser mi invasor. Quizás, por el contrario, soy yo quien soy dios en él. Me puse en la posición de decirle, aunque sea un mero decir: yo no creo en Dios.

¡Menos en él que se llama Señor del Bien, dios humanitario, ético y protector de las virtudes colaborativas del género humano y encarnó al mundo en el Desmadre y en la Transa Universal! El confió en mí; yo lo defraudo.

Tal vez sucede que yo soy celoso. O no comprendo lo que Cèline Voisin es. Una malinche en ciernes. La verdadera invasora. El no. El sólo la utiliza para que me coman los celos… Es la india que espera que el Ser le provea del paraíso. Espera al Redentor y una civilización extralocal. Ella y él son cómplices voluntarios, reconciliados y cínicos. Ella baja a la tierra. O no supo que no había paraíso. Que toda una selva terrestre de condicionalidad. Ella quiere la tentación, o la propicia. Quiere que en su mundo haya poder. Que en el huerto tenga la opción de Jonás, la opción de lo que está más allá, de él y, además… ¡todo poder, todo, historia, cosmos, mundo y paraíso! Luna y sol, placer y mística. ¡Qué lista es!

No quiero decir que El le miente cuando le dice: Yo soy el rendentor, el mejor tornillo que abrochará tu raja ranurada. Y la guarra entorcha el rabo para que él, ¡papas! se la atore con el «opus laudi» a toda extrasensorialidad. Supongo que ella ocupa la marginalidad de las tierras baldías. Se le escapa para poder culiar a gusto, sin la culpa teológica. ¿Por qué, si no es así, se fijó en mí? Al ser que la ocupa no lo asusta la concupiscencia, el caos del placer. Las malinches tienen doble facha: son buenas y malas, indias y tecolotes, dualistas y metafísicas, divinas y pecadoras. Pues, alguien que sabe más que yo, se aprovechará de esos árboles y nos hará elegir. Ella o yo.

Tras la irracionalidad de la realidad, ¿hay una actividad providencial y escondida del Espíritu Absoluto? ¿La hay? Sólo ella no lo dice. Ella elige y seduce. No hay siquiera espíritu, sólo musarañas zoolátricas, como las megásporas que se agigantan y forman otros cuerpos más complejos, capaces de meterse en las bestias con apetitos, como somos usted y yo.

Quise que, al menos, ella tomara un arma en sus manos y disparara contra Jonás, el que se esconde, cocaíno, en la bruma de la mota de lo espiritual y que tomara en serio los mitos berkelianos. Esperé en vano por ella y la perdí. Naufragué. Llevo 40 años sepultado, en un vientre difuso, sin saber si el fruto de grasa y calidez que probaré es la suya, la visión de Cèline Voisin o la de la ballena mística de El, como rival.

*

16. El arma homicida

A parte de la conciencia y de lo percibido por ella, no hay otra clase de seres o realidad sustancial, extramental. Dios es el orden y la coherencia de esa realidad sicológica, dadora del ser: George Berkeley
Pensé que yo entendería mi ser, cualquiera sea el aspecto y el cimiento ontológico desfigurado de tal, antes que Jeremías. El fue / es / para la muerte y trata de informar que ya comprende. Se me adelantó sin señales. Murió trágicamente. Violentamente. Sin aviso.

¿Homicidio? ¿Fue suicidio? Un proyecto desigual. El consentía al ser más que yo; empero, fue apurón como el descocado estudiante de química que fue. Yo, todavía estuve con mis ideas pasivas, más abstractas, pero feliz en el pantano.

Fuimos amigos. Extraños amigos. Nos odiábamos a güevo, literalmente. Pero fuimos amigos...

Con su novia no pude platicar sobre Berkeley. Ni con él. Para ella, él es el nombre de una calle. Nada más. No entienden de que se trata la existencia de un filósofo. Siempre tuve deseos de compartir algunas de mis ideas sobre Berkeley con los dos, gente más cercana a mi vida y fue pedir peras al olmo pero, ¡qué casualidad! el apartamento de Jeremías estuvo en la Calle Berkeley. Colonia Polanco.

El se sentó allí y Cèline donde está parado usted.

Te escucho: ¿quién es el mentado Berkeley?

Es un amigo que dice que el mundo material no existe. Es decir, la esquizofrenia es general. Por eso, Jeremías, estás tan demente como yo y también tú, primita.

¿Me creerían? Por las carotas que pusieron, grrr... No sé y no me importa.

Cierto día Cèline fue a mi casa en Coyoacán. Pidió que le prestara un libro de Berkeley porque dijo que tenía miedo de no existir. Lo presté. En fin, no creo que lo haya leído. Tampoco me devolvió el libro. Ni lo pedí. Ya no creo en Berkeley. Ya no creo en ella. Ni creo en los cuentos de Carroll, el pedófilo inglés que se inventó a Alicia en el país de las maravillas y, por un lado, la Alicia de mierda corría detrás del Conejo blanco de las pendejadas y, del otro, se reducía de tamaño cada diez minutos.

Tal vez medité que a la chava mugrienta sucedería lo que a Alicia en el país de los delirios y paraísos de Carroll. El síndrome de la Alicia displástica.

«What have you got against me?», recuerdo que Jeremías me preguntó.

Me obsequió el odio tan grande como el que yo le tuve y callé.

Cuando te gusta la vieja de otro, odias, envidias, alucinas y traicionas al mismo tiempo. Tanto alucinamos, aún con fingida amistad, que nos hicimos la guerra. Nos tirábamos huevos pudridos en la Ibero, uno al otro y yo tuve una mejor puntería. Lo que sea de cada quien. Nos expulsaron a los dos, ¿me cree? Teníamos las paredes hechas un desastre. Un desgüeve. Ese exceso de violencia lo recuerdo.

Fue la primera vez que me trataron como a un delincuente; a mí, que soy un santo. Gente de silencio y de paz.

Pregunta usted: «¿Tengo alguna idea de qué impulsó a Campas al suicidio?»

¿Qué tal si supongo, no por complicar las cosas, que aquí ha ocurrido un triple asesinato? Antes de que un pájaro negro produjera el asesinato de Jeremías, el occiso tuvo planes de matar al pájaro. ¿Qué tal si yo produjera para el uso de Jeremías una serie de herramientas letales? ¿Hice con mi conceptualización su móvil criminal? ¿Qué tal si que tal se quetalizara? Se lo dejo de tarea.

Investigue usted que es el Dick Tracy de esta memgambrea...

Todos actuamos por impulsos, ¿o no? Alguna vez sabremos que achaques quiere la muerte para llevarse al difunto y que el ser que no nace jamás, pues ya nació calavera. Y sabremos que no todo lo real es racional. Precisamente, mi obra gloriosa no está determinada por el pensamiento o el racionalismo unilateral. «Nihil est in intellectu, quod prius non fuerit in sensu».

Pasadas unas semanas, Cèline me contó que Jeremías se dio un pasón, pasonsote con tamaños zapatotes, murió el cabrón. La droga no perdona y, por última vez, él la sedujo. Le comió las nachas, antes que el cuerpo le desapareciera, berkelianamente dicho.

Ella estaba arrepentida de aflojar el horno, pobrecita... porque estuvo enamorada de mí y Jeremías ya lo sabía.

Era virgen, indecente, calenturienta, pero vírgen en ese entonces. Se peleaban. Ella quería ser virgen por un rato más. O por chantajearlo y conservar para el amor algún misterio o no irse en apurones por el mundo, se hacía la apretada para ese momento de joder y recibir el aguayón torneado.

El libro de Berkeley que presté a ella les desquició a los dos más allá de lo que yo había esperado. Yo estaba negando el mundo, por la boca de un santo. Asesinando lo real. Hay distintas maneras de matar. El libro de Berkeley fue como un puñal.

O sea, si terminaron fue por culpa de Don Nadie, quien habla berkelianamente como si realmente no existiéramos. El tomó al ser por invención y, como siempre. Berkeley asesinó a Jeremías, diciéndole: «No existes. Tú ni a pájaro negro llegas».

Tanta culpa tiene el que mata la vaca como el que le agarra la pata. En cierto modo, dí el arma homicida. Puse ideas matadoras en la mano de ella y él.

¡Es que yo también la quería!

*

17. El sepelio de Jeremías, el rival


Recuerdo, diez años atrás, que se me dijo: «No vayas a ese sepelio. El no es tu amigo. No sigas tras aquel que te hace daño. No corras hasta él». No me importó. Salí a oliscar su muerte. Quise llorar por alguien que no sea yo.

El tecolote canta que te canta y él y su novia porfiándome que me salvaron la vida. Vida que crece, por causa del invasor que ultraja y roba lo que es tuyo. Diez años pasaron y hoy canta: «¿En qué quedamos, Pelona, me llevas o no me llevas?»

Jeremías murió hace diez años. Se supone que ya no lo procure. No lo deje que me obseda.

«¿No te quitó la novia el majedero?», me lastima la pregunta. Lo que sucedió fue que estuve internado en el presidio. No. Internado en un asilado de ancianos. No. Internado en un centro de desintoxicación. No. Internado en un cautiverio de soledad... no, quizás, estuve... loco... pero, no tan esquizo. No. Nada que ver. Tuvieron que sacarme de allí, carnet de cuerdo y todo.

¿Cómo creen que van a tener allí a un chico bien? Que lee, que viste, que asume su pinta y su tradición por amor a la familia. ¡Nada que ver!

No. Suicidarse es una pendejada. Fue lo que él hizo porque era un adicto.

«¡El te envidiaba! Porque, sea como sea, la fortuna de nuestra familia fue limpia. La de él. Vino del PRI corrupto; perfeccionó su maldad con los narcos; es una familia de putas finas y viciosos. No tú. No dejes que otra vez algún otro menosprecie tu hermosura. Tu origen. Tú eres un niño bello. Un poco tímido y depresivo tal vez. ¡El te envidiaba!»

Se acaba el ser y se acaba uno, cualquiera sea la mierda que uno es... Mi hipótesis es que él quiso matar al ser que lo invadió. También se lo tragó una ballena de amargura y decepción. O puede ocurrir que el ser lo haya empujado a él, escaleras abajo. Lo supo con las narices hartotas de cocaína. El ser nos decepciona, tarde o temprano.

Y si a taimados vamos, traidores y venenosos, como al Don Nadie, ¿quién se iguala?

Yo creo que fue el verdadero ser de Jeremías. Al menos, mentalmente. El parecía más listo, más activo, con mayor energía. Le envidié un poco. También la envidia mata.

Salí como Jonás desobediente. Cantaría por él una misa. Sus padres quedaron destrozados, porque es hijo de buena familia, millonarios ladrones y corruptos. Chico millonetas, más o menos jodido que yo por la tristeza, lo inaprehensible de un sentido de la vida.

Diez años atrás, yo le prometí una Misa Cantata. Traje una guitarra al lugar que él más amó, que es este apartamento. Calle Berkeley. Aquí le conocí, aquí desalojó al ser. Aquí desvirgó a la chava. Digo, «I mean, Cèline looked a real treat!» Ella tiene su conejito y yo, con pipote. «¡Ay, qué chulada!»

Pasó por mi mente, como fantasma de la muerte, o vampiro de discoteca, iluminado por humo, el delirio cachondo. Gregarismo zoolátrico. No sé si Eva hizo ésto con Adán; pero, yo en busca aguas vaginales, bajé al mamey del Cielo.

Sucede cuando sucede. Ahorita no dudo que, no siendo yo más un heboide esquizo, Céline me gusta más. Le gusta al indio, al desalojado, robado y oprimido, «Yo» que tengo en la tierra de mi heredad.

*

18. La coneja de pilas y el gamobio


Aluciné con una camélida, con dos cuernitos y las ubrecillas con manchas blancas. Cerré la puerta y metí otra vez mi cuerpo, si es que tengo, bajo el chorro de la regadera porque el agua fría me quita las ganas de llorar y los delirios alucinatorios.

Tendré que dar una explicación. ¡Con lo duro que es para mí!

Don Nadie me llamó con la voz de Gabi Ruffo. Lo ví entrar por una ventana. Y halló refugio en el cuarto donde puse esa mona que trajo, ese muñeco, atizado con pilas en el culo.

El pájaro negro sufrió un gamobio. El vampiro llega en forma de gamobio. Mi soledad se materializa en forma de gamobio.

Fui derechito a la bacineta de mi baño, cagado de miedo. Me traicionaron los nervios. No ha salido ni mirringa de caca y llevo una hora esquivando, aquí sentado, la visión del gamobio. Entonces me desvestí y entré bajo la regadera, con el chorro a todo hender y el agua fría. Y cepillé mis dientes y me vacié unas gotas de medicamento en mi ojos.

Otra vez quise echar unos pedos. Abrí la puerta nomás tantito y ví a la gama, expresando una animación inesperada. Se estuvo masturbando y ahora jugaba con una de las pilas.

Me escondía bajo la toalla cuando escuché la voz de Leticia Calderón.

«Guapito, ven».

Catherine ya se había encerrado en su habitación. Supongo que dormía. Sólo que la voz que escuché fue inconfundiblemente la de mi hermana mayor. Mi hermana platica ronquito como Leticia.

Seguramente, me regañará porque el muñeco se volvió una camélida. El ser es pura gamucería, maldita sea. Y yo soy un mal compromisario. He debido matarlo, pero el ser-en-sí se va queriendo irse, se corona en sus tormos lógico-trascendentes. Me engaña.

El animalejo aseguró que, si lo mato a él, me haré ologámico y ovocelular. Nacerá una variedad de limos sobre la piel de mi pecho y otras levaduras. Me hechizará. Seré un sátiro.

Después seré echado a una fosa, junto con alacranes y darán mis vestidos de Calvin Klein a los pordioseros... porque mi jefita es creyente y ofrenda mucha caridad a los pobres. Aún mi madre me despreciará y no querrá un recuerdo mío en la casa.

A las siete de la noche, me acosté al lado del ser. Sea lo que sea, gama o coneja, camélida o perro muerto, había planeado matarla, por lo que fuí a la cocina y busqué una daga turca y un trapo para metérselo en la boca, para cuando llegara el momento del degüelle, que no grite tanto.

*

19. Dormir con el enemigo


Dormir con la gama no es lo mismo que dormir con el mono de peluche. No pegué los ojos un segundo. Casi a las doce de la noche, me encaramé sobre la gama. Le metí el trapo en la boca y acallanté la voz de Gabi Ruffo, con que me dijo: «No me mates, Pirri». Le puse la daga en medio de su entrecejo, dispuesto a sacarle los ojos y los sesos, a cuchilladas.

La gama, con la pata izquierda, me empezó a rozar el carajo. Y levanté la daga para clavársela en los ojos. Con una patada, más rápida que la puñalada anunciada, el animal tiró mi cuchillo fuera de mi puño. Sentí cuando pegó en la pared. Mi mano quedó entumecida. Lo descubrí al apoyarme sobre el colchón para bajar del lecho e ir por la daga.

La bestia se puso en cuatro patas. Corrió de un lado a otro. Rumiaba con pánico para que Tío Lucas o Caterina despertaran y vinieran a mi alcoba. Encendí la luz y la ví brincar una y otra vez sobre la cama. Echaba los bofes para zafar el trapo de gambruna que le hundí en la jeta.

«Cállate», le dije.

Te odio y ella rumió: «Te amo». Tenía los ojos llenos de lágrimas, como Leticia en las telenovelas. Para probar que me amaba, el ser salió de la gama. O mejor decir, fue un pedo. Se paró en una esquina. Y ví la estopa, amasijo de ralas greñas del espectro. Pretendía ser una mujer. Quiso engañarme con su apariencia virtual. Sólo que parecía un monigote, un espantapájaros.

«No me mates, Pirri. Necesito el ser para ser vida».

Mi corazon se abrió con primitiva osadía. Como la de los que han sido llamados a ver cómo se les corta la cabeza, se les escupe el rostro, se les queman los ojos y los huesos. Mi corazón le dijo: Tú o yo: ambos no podemos ser. Quise morir, o matar.

Te veo cara a cara, por primera vez, en 15 años, «tocayoh» del rencor. Te veo, enemigo, con tu cuerpo de pánico. Te veo celoso de las riquezas que yo tengo en mi cuerpo. Has aniquilado, poco a poco, mi concreto espíritu de moléculas. Quise decir, ATP.

Lo dije con mis manos listas para asesinarla. Y se metió otra vez en la camélida.

«Déjame alojar aquí. No tengo dónde ir».

Me acerqué, brinqué sobre ella al saber que se metió dentro de la gama y golpeé su hocico. Luego puse mis manos alrededor de su pescuezo y apreté. Cerré mis ojos para oprimir con fuerza. Sentí el trapo que rozó mi brazo. Estaba lleno de las babas de aquella bestia. Ella no opuso resistencia, excepto que con la voz de Gabi Ruffo me susurró: Te amo, amor.

Fue su golpe más rudo.

Me conmoví y me puse a llorar.

*

20. Agonía filosófica


Me tendí en la cama otra vez, mansamente a su lado.

¿Para qué me ha servido tanto el odio, maldita seas, si no te puedo matar? ¿Cuál será mi defensa ante el sinsentido y el caos con que has condenado mi vida a la esquizofrenia, al dolor, al hambre eterna de certidumbre?

... Tú has inventado una personalidad más fuerte que la mía y, en vano, me alimento del propósito de vencerte algún día. Eres adversaria de mi corazón. Me díste el odio por herencia. Mi corazón se abre antes de irse al vicio de tus violencias y, desde el círculo que me abres en la angustia, me borras el punto más luminoso. Me quitas de la memoria las palabras necesarias para encarnar el dios que yo soy, imperio adentro, molécula por molécula. ¿Con qué derecho me has herido y mortificado?

¿Por qué te opones a la osadía de mi libertad, a que yo vea mi grandeza dentro de la finitud? ... yo dialogo con dios, conspiro contra él, vivo con él, refugiado en sus mandalas, que son la tangente infinita, el Universo galaxia por galaxia, cuando mi corazón se abre... pero tú lo cierras. Eres tú quien lo cierras. Dios da reversa a toda entropía y tú me cortas en pedazos, con la muerte que prefieres... Definíste la locura para los hombres. Te escondes y ellos dicen: «No existes»; pero yo sí te veo, invasor.

Me opongo a tí. Te persigo. Te denuncio... Me aferro a lo primariamente mío y me das castigo. Quisiera no sentir el dolor, dejar de ser el solitario del bosque que formas de mis poros, pero me has debilitado y ya dios no se piensa en mí ni me reconstruye para la eternidad, porque tú estás alojado en mí y a mi corazón has cerrado... Con el corazón abierto, tengo hambre de sustancia divina y el tiempo es diferente al tuyo. Tanto que ya no existes, ya no dueles, ya no amenazas... Invento las eternidades más supremas que el tiempo, más amplias que el espacio. En ese punto de luz, tú no cabes, yo sí me cuelgo de las piernas.

Soy un profeta en la cueva que se niega a compartirse con el mundo, mientras tus falsas palabras me enmudecen. Calla tú, Don Nadie. Tú eres estopa y el viento te revuelca y te defleca, espantajo, porque hablas contra mí y no en mi nombre.

Con el corazón abierto, te venzo por momentos. Se me confirma que no puedes trascenderme ni puedes evadirte del gesto y del discurso. Vives del grosero rendir cuentas al Establecimiento, siendo-uno-con-otros. Apegado a lo más miserable de la costilla humana, otros aplauden la Felicidad, el Orden y Tus Mentiras. Me has dado un vivir sicológico, primitivo y vulgar, al que has desacreditado, para la burla de los dos, porque tú malvives conmigo. El dios, concreto y solitario, te odia igual que yo. El que es mayor que tú es mi cómplice. El ora por mí, cuando yo no puedo contra tu arrimo cochambroso, y yo rezo por él para que sea su mano la que te clave la daga y te corte la presencia que fundaste en mí.

«He llegado a amarte», dijo.

Mentira. Los simboleros del Poder Nietzscheano, los que adoran el control absoluto y la doctrina del conocimiento sin corazón, no aman Saben que yo, profeta de la cueva, sufro el dolor de la auto-afirmación. Soy el rival. Tengo la soledad por herencia y el coraje de revelar con odio tu sombra. No me deleito en la Nada pura que llamas tu Ser Puro, entelequia falsa, supremo monigote. Yo no creo en Tiranos celestes ni me quemo en la angustia que propones como el castigo a mis rebeliones. Maldito sea tu infierno.

Véndeles el Gran Pastel y el Paraíso a tus cómplices en las Tierras del Despojo. Véndeles el Infierno que fundaste en la Tierra. Dáles el placer a los teólogos del Senedrin, a los piadosos con panderetas y piruetas de moscas-muertas. Yo soy el Homicida decidido a matar tus ídolos de Asera y tus dioses de pure nothingness.

¿Para que rozas tu pata sucia de camélida sobre mis muslos? Tú no eres, Gloria Trevi. No me gustas. Sacúdete. No podrías vivir en las cuevas conmigo. Te gusta mi chaquetón de Cavaricci, mis camisas de corduroy, te gusta el acomodo, por envidia. ¡Pues invéntalo todo, pero déjame! Tú huyes del hambre y no tienes alma...

El airado que vive en las cuevas, con una piel de leopardo sobre el hombro, es de corazón dulce, de mirada curiosa y su concreta imaginación no se utiliza en las fiestas que anhelas gozar, por medio de mi cuerpo. Allí seré burlado. Mis palabras no se escucharán. Los inmundos querrán mi cuerpo. Me pedirán los adornos. Se llamarán amigos de todo lo que me sobra, nunca de lo que me falta o anhelo. El indio es pobre y su riqueza es la profecía con que te condena. Mi eternidad no tiene amigos. Yo no soy el seductor de los frívolos.

Los migajeros de Providencia son supersticiosos y aparentan ser mansos. No me engañan. Son como tú, don Nadie, muy cobardes. Airado estoy de tus rituales y las carnadas de tus símbolos y tus místicos trapos. No creo en tu espíritu. Tú no eres ángel. Tú no tienes alma. Eres la pobreza en plenitud.

Confiado de la muerte (porque ella mi casa conoce), cuyo masquil pusíste en mi boca como salmo, no anduve en grandezas, no acumulé tesoros ni cuentas de banco. Tampoco pedí las cosas demasiado sublimes. Quise lo que el hombre visible rechaza. No me has permitido ser visible. Me condenaste. Me mostraste el pan de dolores y, al dolor, admití para dañar mi luz y hacerme sombra. Colocaste tu alimaña heboide y me hicíste un niño destetado que llamó a la hormiga, hermana, y a la culebra, santa y vital para mis manos. Yo tomé la cueva por habitación y me vestí de piel de oveja y ornamenté mis soledades con silencio.

Confiado en la muerte (porque la prometíste como reposo y puerta al gozo de otros mundos), te creí y me entretuve, leyendo y leyendo, sin construir el mundo que yo anhelé o sigo anhelando. No hice la guerra por lo que estuvo guardado como sacudimiento para mi victoria; pero, con la paciencia del tullido que no tiene, por su parálisis, fortaleza en sí, te dije: «Peléame tú, adelántame, aferra tú mis manos en la rivalidad y rescata mi porción».

Me dejaste abanicado, me traicionaste. Me dejaste solo con los que me gruñen, con el rival que cela sus cohechos, con el adversario que miente, vestido de santidad, cuchillo en mano. Entonces, supe que no eres transparente y que has paseado con mi cuerpo por Egipto, que es la objetividad subyugante de los prudentes.

Maldita sea la prudencia geométrica de Maat... hasta, el más imbécil eunuco, se enteró que mi honra arrastraste, diciendo que yo dije ... yo soy dios, o agente del Orden Eterno y doy la regularidad que gobierna los espacios y las horas. El ritmo del Nilo moja mis pies y me permite el trigo, los dátiles, las cabras que brincan en las eras. El Nilo en el cielo es la lluvia milagrosa del desierto.

Dijíste cosas que no dice un profeta de las cuevas, en sus días pasionales y agónicos. Maat no significa nada. El tullido, por tus burlas, desespera y el tecolote canta para que el indio muera... Como estatua funeraria me dejaste. Me exhibíste en la deshonra de las palabras de opresores y, por eso, llegan los prudentes a cobrarse las cuentas y a soltar los escarabajos a mi cueva y describen la muerte, vulgar y desconocida, que tú platicas. Horus está pudrido hasta la peste y los cultores del ritmo inmutable, los faraones amaestrados en tus mentiras, escriben hieroglifos diciendo que yo soy el culpable.

«¿Don Nadie, por qué has mentido?»

Desmiéntelos. Detrás de la morada de roca, a la luz del sol perpetuo, al ritmo del Creciente Nilo, la rigidez no existe. El trabajo es afán. El dolor es intenso. La cara sufre arrugas y los labios se doblan en muecas. Al castillo en lo Eterno, la pirámide que es tu rascacielo, tu arrimo de Ser Puro lo empobrece. El alma no asciende y el cuerpo no se perfuma. No prediques «no temas»; no tientes a otros, igual que a mí. Al contrario, llámalos a la verdad: «Que la muerte les sorprenda; desciendan vivos al Seol».

Tú, el tentador, apelas al Yo soy con que te alojamos, confiados en tí como en la muerte y, en cambio, brindas los delirios como recompensa: «... Dí que estas piedras se conviertan en pan, porque hoy te duele la injusticia de los administradores y aún las migajas de sus hurtos y recaudaciones se cobran. Que no gobiernen para tí, sino que gobiernen para sí, sólo para sus cuerpos, con la miseria lejos de sus orillas y, en la más lejana ribera, tú con Azazel, el demonio del desierto. Dí que se arranque del suelo los más frondosos árboles. Que la gravedad no jale sus raíces al corazón de la sed... »

Porque yo, con el corazón abierto, tengo el manantial amargo por las ganas de asesinar y hacer justa venganza de los engaños que has cometido, a mis costillas; pero también tengo las aguas dulces... Te ví, espantapájaros, y ni a tecolote llegas. Eres, por causa de tus lujurias, una masa de estopa, la caña enjuta, el helecho seco, el árbol sin frutos.

*

21. La promesa

Me asomé a la habitación de Caterina, donde escuché unas voces desconocidas. Ví sobre la cama una hermosa criatura de felpa o peluche. Un ser extraño que terminó siendo una coneja. O una gama. O no sé qué.

Sí. Ella se había sentado en la cama mientras metía unas pilas eléctricas por el culo de la gama. Sí, por el culo.

«Do you ever see the like?»

«Eres de lo peor, hermanita».

Para ella, la vida es reventón, gozo. Cargar las pilas y hacerlo a dedos ahí, me estuvo de lo más gracioso. A ella, por igual.

La vida parece comenzar en las ingles; el descanso, te lo da el sexo; la emoción, las piernas abiertas. Yo no puedo elevar lo más visible de mi ser, confiado en las palabras. A Caterina, o a mi alma, no se llega por el camino del discurso. A ella hay que sentársela en las piernas. A mi alma, se baja por un túnel. Debo bajar lo más que pueda, al pragmático y vulgar aquí-sin-allá y proveer mi voluntario descuelgue. Ella me dice mi amor muchísimas veces porque soy como ella. Cariñoso, cachondo.

Sólo a ella compartí los códigos más simples del sótano. Del sótano que yo tengo por espíritu, por comprensión.

Ahora me vería en una situación extrema. Estaba deseoso de matar y fornicar, estaba odioso en el mundo, enojado con los cielos divinos, peleado con la filosofía y el consuelo.

«¿Te gusta la coneja?», me preguntó. Callo por la divergencia. Veo una gama. No una coneja.

Comienzo un discurso de reorganización interna. Confieso que bajo el microscopio he visto la oosfera dentro de las gamias. He localizado los zigotos en marcha y he visto los gametangios, masculinos y femeninos, a ese nivel minúsculo de la oogama y los flagelos; pero nunca a partir de un muñeco de felpa o peluche.

«¿De qué me hablas, mi amor?», preguntó la zonza sin quitar su vista de mi falo endurecido que babeaba.

Cuando dice mi amor, verifico que no está enojada. Que la puedo tocar y besar, que poblaría mi mundo con sustancia, que puede ser invencible y aún morir conmigo.

«No me digas que te excita una coneja. ¡Qué líbido la tuya, cabrón!»

Anuncia que me comprará una Coneja más grande que ésa, que no tenga una voz grabada, que no sea tal chilladero, con las pilas insertadas en el pecho, si acaso, porque el asunto de atizarla no me late, me dijo. Se echó a reir la maldita. Una muñeca inflable para caballeros.

«¿Qué ves a la mona? si está resimpática…»

«Nada», dije.

«Nadan... los peces en el río», burla ella. Evoca la tondailla popular.

Me ha pasado otras veces. Otros no observan lo que yo veo. No imagina que pienso matar ese animal confuso al que llama la coneja. No. No. Lo que dentro de ella se ha metido y la hace chillar y esconderse en gamobios y metamorfosis.

«Déjamela esta noche, no te la guardes. ¡Por favor!»

«Muy bien. Te prestaré la Coneja para que no sientas triste, ¿me lo prometes? Ni te colgues más de los pies. Nunca más, ¿me lo prometes?»

«Okay».

*
22. Los pordioseros de ultratumba

El pordiosero de los grumos de este mundo parece un caco barato, mojón de primera. Lo llamo El Diablo. A veces le llamo Dios. Sin embargo, yo tengo aliento, pulso y proyectos. El no. Sólo vive a golpe de polaridades. A él tocó ser, sin tocar fondo, la micro-onda, radiarse en el vacío como sombra.

Yo sí tuve el hambre de luz, yo si tengo ideas que sirven para algo, participo en la materia y mordí a las antipartículas como al pan. Como muerde un perro rabioso al hombre de la calle, al pordiosero de la esquina.

Me llené de peso y de sustancia. Y tuve que descansar al séptimo día. Fuera de mi reposo, el gran payaso, pordiosero de sustancia, no tiene una piedra con óleo de reposo, su cuerpo bendito, donde recostar su cabeza de espíritu. Es decir, él está jodido. Su mundo está vírgen y vacío. Empero yo me destrocé el lomo por dar mis fotones cuando lo sospeché tan mísero, a la Luna de Valencia, más caliente que nunca pero sin chamaca...

Cuando yo posé desnudo en la escuela lo hice por él. El no tiene más cuerpo que el mío. Para que echen un piropo a él, está cabrón. El dios o diablo que se hizo pordiosero es feo como un dolor de muelas. Don Nadie pudo buscarse una vieja resbalosa y, en su lugar y por desgracia, se encaprichó conmigo. Lo mismo diría de la novia de Jeremías. Fui yo quien gusté a ella aunque andara con el otro.

A mí sí ella me piropeaba. Sólo que me ponía rojo. Creí que no lo merecía, por lo devaluada que ha estado mi alma en el mercado. «Y, físicamente, eres un encanto». Soy demasido hombre, o macho, para ese tipo de pendejadas. «No me diga eso, por favor».

Me enoja que crean que soy un animal con el sólo propósito de la sexualidad y el narcisismo. El Diablo y Jeremías solían llamarme: Joto. Mariquita. Y, dormiendo de ese ladito, a la novia de Campas era yo quien le chupaba su criquita.

Quizás el Pordiosero, en ausencia de materia, vio mi duende en el vacío. Se enamoró de todas mis cosas, incluyendo el amor de mi chamaca, la cama sobre la que duermo y el calor con que la he anhelado, porque Cèline no ha sido mía. La desvirgó el que se suicidó, no yo. Sigo vivo. Quien agoniza vive más insatisfecho que solo.

Aunque el enclenque oscuro sea un charlatán de feria, su corazoncito palpita ante las formas. Yo no soy el varón más bello que él ha visto; pero no fui el primero que se comió la fruta prohibida. El placer es lo único que juzgo espiritual y orgánico, primariamente natural. Es lo único que él no puede quitarnos.

La subjetividad es consoladoramente práctica y perversa. Y, en el orden desordenado de la mente del Supremo Perverso, o con lo demás que El Pordiosero de Ultratumba pueda tener por trayectoria o peculio, él hace lo que se le pega la gana.

Don Nadie obligó a mi amada a pensar que ella nació para pensar y no para dar las nachas. Convenida la prioridad del cogitatio sobre el fornicatio, el ser invasor le sacaría el útero para colocar su espíritu. ¡Qué desperdicio si fuese posible, en verdad!

A diferencia, la quise cuando no tuvo, o aspiró a cargar con el espíritu. Entonces, fue un centro en el círculo. Quiso nuclear, revolcarse como loca sobre un pino, no que la orbitarán con sermones.

Cèline nunca mataría al ser, ni el suyo ni el de Campas. Sin embargo, no es el núcleo de nada. Es cuerpo que orbita. Don Nadie le da órbitas y lunas. Ella huye de su centro. Esquiva los retazos macizos.

*

23. La redención y el gamobio

Después de oir mis quejas, la bestia de mis maleficios amenazó con dañar mi alma. ¿Aún más? No creyó que mi celada es perfecta. Dijo que todas las almas son débiles, máxime si están hambrientas de sol. Y, ¿qué soy? Su vampiro. Ya no soy bueno; soy un enfermo, alma en hambre y en luna...

«¿Crees en metáforas de consuelo?», me pregunta. Y responde para sí: «No yo, no yo». Digo la palabra alma y significo la soledad que tengo que vencer para salir del letargo ancestral, la común inconsciencia que comencé al creer cuando el pájaro negro se metió dentro de mí y quitó la luz de mi vida. Y el vampiro mayor me chupó la sangre y el cerebro.

Volviendo al homicidio, ¿o fue un ultraje? dije: «Conejita, si me amas, ayúdame a pensar: ¿cómo resolver el arrimo del ser? ¿Por qué te prestaste a todo ésto? ¿Quedaré libre del ser invasor si éste prefiriera alojarse dentro de algún otro objeto de peluche y no en mí? ¿O sólo asesinando al ser recuperaré mi autonomía?»

Había prometido a Caterina que cuidaría su camélida, aunque usted sabe, fuese pez o rana. lo que quise fue matarla... ¿La amaría si se pudiera amar de objeto a objeto?

«Creo que te quemaré», la amenacé.

Al quemarte, daré escarmiento al pajarraco. Mataré el vampiro. Exorcisaré al invasor. Se quemarían con él todos los jijodeputas. Cierto, te quemas tú, ¿pero qué eres? Objeto-objeto, no sujeto-objeto.

De Caterina no te llevarás los besos ni yo lo permitiría... El único lenguaje que yo entiendo bien es el de los besos. Soy muy tierno. Dejé de creer en las palabras. ¡Me gustan más el silencio y los besos!

Y mientras cavilaba de este modo, acaricié la cabeza al muñeco. Hasta le dí un beso en la nariz. ¿Habría reconciliación? No. Jamás.

«No me mates, Pirri», me habló. En aquella oportunidad sentí un pelaje rojizo oscuro de gamo. El ser cochambroso otra vez allí infundió a la gama / coneja / o lo que haya sido, un olor nauseabundo. Se acomodaría sobre mi pecho, así de horizontal y tierno como si fuera Cady Cantrell. Había adquirido otra forma, otra apariencia...

Me levanté, asustadote, y quise restregar mis ojos. Todavía el ser estaba dentro del muñeco, mas tenía ahora una voz propia, sin baterías ni megáfono. Textura y tibieza cambiaron. ¡El animal ya tiene el pelaje de gamo!

Sentí al ser vivo, alucinación sonora, visual y táctil...

Escuché la voz de Gabi Ruffo por segunda vez. Ví los ojos de Leticia Calderón. Azules, penetrantes, chingones. Pero yo, incrédulamente, me puse muchas gotas (los ojos me han engañado mucha veces) y me lavé la cara dos veces más y me asomé desde el baño. Ví mi cama. Y cómo se volvía a formar entre balidos y una somatogamia que yo dije: «Es un delirio».

Recordé al siquiatra de San Diego. Esta experiencia es «relata réfero», no me pertenece. Es rasero del saber de oídas y medianía de mis ojos. Venganza berkeliana. Este delirio es un descule.

Usted vea cómo soy. Pienso primitivamente. En vano es mi lenguaje moderno. Sigo siendo un chamán, o un brujo. Estos episodios confunden. Ha de ser muy grande mi ignorancia. Esta obsesión con la muerte, este miedo al espacio cósmico, es el alma demasiado hambrienta. No estoy lleno de lo que a otros conviene. Me vacío a diario. Vivir para mí es agonía. Soy agónico. Anti-social. Infeliz.

Homicidas de artilugios ajenos, me burlan. Me obligan a ver sus crímenes y repetirlos.

*

24. El payaso y el ser

El payaso retira su cadáver de la tierra y la selva es su red de llamas. Las bestias son el acervo de su comunidad de energía y acometida. Ya no hay tiempo que envejezca al payaso en el éxtasis ni rosas dormidas, valvas tronchadas. Su sexo todo lo despierta, germinándolo con vocación de humus. No hay distancias ni territorios ni colapso entrópico. Ni censura que prediga que su simiente ha muerto por la homicida traición de la palabra organizada.

¡Cómo danza el chamán, cómo se parte en rayos y centellas! ¡Cómo se viene desde sí, duro y vital, corriéndose sin la prisa de morir, con esa muerte de pájaros negros! ¡Cómo se amarra a la luz, cómo se crece, se armoniza, se aliviana, se amaciza! De esta manera, él se eleva, se comunica, se dispensa, se irrumpe, se declara, se pervive!

Todo, todo, todo, aún la vida que está viva, perfectamente endemoniada, para él es madrugada. Toda la tierra que conocemos, el acervo de las selvas, las redes del fuego, las magnéticas trenzas, las arrugas ocultas bajo el ceño y las melenas, el prado de cualquier alcoiris, es madrugada.

Todas las montañas, los cráteres de la piel, los tibios cautiverios de las flores, las rosas dormidas y túrgidas valvas, bajo el ombligo, los vellos y los lunares que arropan las galaxias, los planetas de cilios, madrugan. Todos los suelos de la posibilidad, las burbujas que impregnan los túneles, los espasmos siderales y los latidos serenos, las vacuolas negras y las sordas catedrales, los libros prohibidos, la predicción de árboles y el hallazgo de raíces, toda la vida que está viva, perfectamente endemoniada por la angustia y la violencia, por los tránsitos irrefrenables de lo nuevo y los saltos de azar, son madrugadas.

De la Terrible Sombra, rajándose al unísono con la voz anhelosa del asombro, todo sale para que tenga categoría objetiva y aquello no sea ridículamente primitivo y posible. De esta manera, sin error premeditado, el dolor funciona para acumular lo que es mío cuando, desnudo de pies a cabeza, lo quiero, porción a porción, hueso a hueso. Así amo a las células, a las excitaciones, a los metabólicos caprichos, a la capciosa sangre. Todo se me obsequió, destornillándose de risa esquizofrénica, cuando mi payaso resbaló, cayendo a la tumba y se reacomodó bajo las cobijas de la muerte.

De esta manera se prepara mi mano para ser generosa. Me olvido un poco de mí, como él de sí. Significamos la gratitud para los huesos que nos han servido tanto, silenciosamente. Ya somos él y yo, yo y el mundo, yo y todo lo que estuvo pidiéndome el amor desde cien elementos. No sucede siempre que todo, todo como una geografía, se avolcana fraternamente y el puño ebrio se abre como una caricia, igualmente fértil de ímpetus y amor y madrugada. Exploramos los parajes de otros bosques. Acaudalamos otros cursos del agua. Navegamos con vientos inesperados porque toda la vida que está viva y que jamás percibimos... ¡ahora es vertida como suspiro, descrito sin palabras, como palomas en fuga!

Este trozo de cielo abierto es mi reposo infinito. La energía del éxtasis. La luz que salta y cuelga desde las masas protónicas de los techos y los ojos eléctricos que la orbitan desde el sótano.

¿Yo? ¡Siquiera supe que los seres existen tan perversamente! Siempre me interesó el valor mínimo de mi magnitud dinámica, el punto fijo de reposo. ¡Pero ya soy albúmina, chingadera metabólica! Tengo pasiones.

En las mañanas veo mi verga parada y platico: «Hola. Elévate y descansa porque saldré a la calle. Que no digan que te ofreces. O estás en venta como una zarandaja».

Antes yo pensaba que mi cuerpo es sólo un pensamiento. Me negué a mirarme en los espejos. Desconfié de todas las sensaciones y de las percepciones recurrentes con que asocié la imagen con que, a fuerzas, me topé. Me imaginé con las formas más variadas y caprichosas. Fue así que enloquecí.

El ser puro fue feliz con mi locura, pero, paulatinamente, la hipocresía de los profetas del ser me hizo sospechar que fue a la inversa. La opinión ajena es acusación viciosa. Mi pensamiento nació de lo corpóreo. Lo que no existe es el pensar. Una matriz que contenga pensamientos enfrascados en sí, heredables no sé cómo.

Entonces, decidí que me vestiría de luz, silencio, quietud y ausencia.

Me colgué del techo como una lámpara. Negué mi ser y mi pensar.

Otros han sido los que me descuelgan para que camine. Me abren la boca para que hable. Me inyectan sustancias en los sesos para que diga: Esta boca es mía, como ustedes, fatuos, ¡hocicones!... En Coyoacán se supone que platique sobre las mejores cosas, incluyendo ¡la gratitud, amigos piadosos, excelencia de la ciencia y the all modern conveniences!

Me aburrí de agradecer.

Sólo que estoy loquito, gracias a Dios, y él en su misericordia me dio la mamacita más chula del mundo y tres hermanitas hermosas como soles. Se me compran todos los libros que yo quiero, ropa en abundancia. Se me alimenta. Se me lleva a los conciertos y a la Catedral. Yo como bien. No me falta nada. Se me cuida cada paso que doy. Se preocupan por mí, noche y día. Mi casa tiene criadas. Yo no debo trabajar. Yo soy ilustre por mis apellidos; yo nací para ser amado. Así es mi destino venturoso, opus laudi en la tierra.

¿Qué importa lo demás?

Nietzsche vino, renco y sifilítico, a mi sótano. Lo admito. Fue el delirio. Comenzó a escupirme, a insultarme, a burlar mi camino... Berkeley es una cloaca.

«Húndete, cruza el abismo, crea tu dios con tu siete demonios».

Sentimientos hay empeñados en matar al hombre solitario. Si lo logran, ¡ellos mismos tienen que morir!

Pero, ¿eres capaz de ser un asesino?

*

25. Después del ultraje homicida

Amaré el coño más sabroso de alguna hembra real. Cierto es que detuve mis mecos en una mentira. No me derramaré en su audacia más perversa...

Subíste al guayabo tristemente. La verdad vino a vencerte. Te arrancó de mi cuerpo cuando se puso en tu lugar como una retozona. Caterina te mató de celo, cómplice perfecta con la que no contabas. Como no eres humana, quieres de mí una víctima, chupasangre y masturbas, sin amor, y te cobras con creces. Nunca sabrás lo que el amor es.

Hay que ser impuro como yo. Impuro como el placer. Impuro como el amor. Impuro como la carne y los huesos del que, desde siempre, rechazó tu inanidad e imposible gratitud.

El ser alborotó mi habitación. Llenó mi boca con sus gritos. Caterina abrió mi puerta. Halló la cama revuelta y desvencijada. Desafié mis miedos. Atacaba a una mona de peluche. Había metido mi verga en el culo del pinche demonio, pinche Don Nadie. Pinche vampirazo de mierda, tan de mierda que saqué moco de caca con la minga. Y me lavé y fue lo primero que le dije a ella: «Ya estoy limpio. Hasta de mí mismo saqué estiércol».

«Sí. Lo ví», dijo ella.

Algo maté yo esa noche. Seguro estoy que maté algunas de las voces que me persuaden que actúe. Me ensañan. Confío en que se hayan quedado algunas voces verdaderamente amadas. No tengo nada en contra de las voces de Gabi y Leticia Ruffo. Nada en contra de tu voz, Catherina.

Ahora sé que no existe la camélida ni los gamos. Ella misma, mi hermana, lo echó al tarro de la basura a la postre. Derramé el semen inmundo en una apariencia de felpa, en falso amor de objeto… ¡Qué desperdicio! Advierto: Ni para ella ni para mi prima Voisin el semen es inmundo...

¡Ssss... le gusta el sexo oral conmigo!

«Cálmate. Ya todo pasó».

«No quise que despertaras».

«Has gritado por horas. Escuché toda esa agonía de los dos».

«Y tu mona, ¿donde está?»

«Se fue. La vencíste».

Respiré profundamente. Fue importante que cometiera ese crimen.

*

26. Ella y yo


Somos pobres y humildes, ¡piedad! ¡Ella y yo! De nada podemos jactarnos. Ninguno nos cree virtuosos ni creadores. Nadie nos toma en cuenta. Somos soportadores, carpinteros del interior.

El progreso no se hizo para las bestias ni la miel para los burros. Somos los fracasados. No estamos ahí.

«¡Ojalá un rayo los parta y sólo queden las quintas de los millonarios!», nos dicen. Vivimos en sótanos baldíos, desarmados, sin odio suficiente para defendernos. No supimos robar los almacenes, porque somos cobardes, ni atacar a los indefensos, porque somos buenos. No aprendimos a ganar, porque somos tontos, ni hacer violencia, porque somos enfermos.

Los querubines nos juzgan a priori. Nos detienen bajo sospecha de crímenes que otros cometen. Las cucarachas se acomodan con nosotros. Ellos las derramaron, con escarnio, para que veamos que no somos dignos de los huesos y la sangre que tenemos. Ni de lo que se comen las sabandijas.

¡Aún los perversos son de carne y hueso, de igual hermosura que los pobres sin dicha! Ellos no lo entienden. Los metafísicos quieren que vivamos a distancia, aunque nos han llamado hermanos una que otra vez y por nosotros inician recolectas. Migajas que se reparten.

Ten piedad, Baal de baales. Los feos, oscuros y malditos en la tierra, todavía piden un poco de vida y amor, residuos del pan diario, una promesa, una esperanza... y no sabemos confiar en los caritativos, triunfadores incólumes, perfectos ante sus dioses llenos de prudencia soteriológica y anticipadas bendiciones. No dejes que los piadosos, fundadores de agencias de beneficencia, asilos y cárceles, nos recuerden, instante por instante, migaja por migaja, que no merecemos alimento ni libertad ni abrazo.

Somos pobres y humildes. A veces nos sobran las ganas de morir por algo más hiriente que sus acusaciones.

Dános tu piedad, baal de baales, porque Tú sí nos comprendes un poco.

Aún para ustedes se abren todos los brazos. Ocupan los asientos en los templos y nadie les obliga a partirse la madre con los seres cochambrosos. Ignoran que éstos ya pueblan las villas y lanzan a suicidas, escaleras abajo, con las narices llenas de mota. Los borrachos dan tumbos en la esquinas, después que se chupan las babas de los pájaros negros.

Pero, de allá para acá, estamos nosotros, los menos afortunados, indígenas alertagados, amenazados de muerte, que no tapamos el cielo con la mano, ni aguantamos chingaderas a los invasores, y que sólo tenemos por opción el milagro de milagros, el alma de toda piedad, orar y ser oídos, aunque tengamos que colgarnos al techo, orar y morir...

Es que no soy hombre moderno. Nunca dije: Soy un hombre concreto, indomeñable del presente. No se me puede pedir los sorbos de ciencia, milagros de tecnología y hazañas actualísimas de organización. Soy prácticamente inútil. No me complazco en el Siglo de las Grandes Ideas mientras existan los pájaros negros. Así somos ella y yo.

Los científicos no evitan las catástrofes. Se veda a ellos que platiquen con los dioses y se coulguen de sus pies. Tienen que ser más santos que los santos, pero fabricar las armas de la matanza, curar con pócimas a los hombres del poder, sin agradecer a la Madre Tierra que todo lo prodiga. Ya no seré científico. Ya no quiero una colonia en la Luna. ¿Yo? Sí, prefiero ser un demente. O morir en los túneles de luz.

Me alegra que ella, quien me acompaña, no sea otra mujer del presente. Ella es como yo. ¡Qué maravilla es tener a alguien a quien llamar COMO YO!

Tampoco le piden que aporte al siglo de las Grandes Ideas. Ella no puede, no sabe. Otra tarada. Me gusta que no tenga arrepentimientos, que no vaya a misa, como la madre que la parió. Ella me perdona las fascinaciones, las cobardías y las estupideces que yo expreso; me perdonará las que siga cometiendo mientras viva, diariamente. Ella tiene el alma hambrienta de combate y resistencia. Está triste, como yo.Tal vez es afortunada. Digo, sería por excepción.

No tiene ningún mérito pasar por la vida sin vencer al interno rival. O quizás mi pájaro negro es el suyo. Habita en mí, pero es de ella también. Yo no sé. Su mérito es que se entristezca por mi tristeza. Su perdón me ayuda. Lo combato por los dos. No estoy tan solo. Yo y ella, la solidaridad.

Como toda alma hambrienta, ella creyó a las autoridades, a los atávicos controles del pasado, a las hordas de Don Nadie. Se engañó. No puede matar su pájaro negro, quizás porque no lo siente dentro de sí... Ella ha dejado de ser histórica y pública, tradicional y colectiva. El mundo es cruel. Ella lo sabe. Que los don Nadie, no importan donde estén, son dañinos. Lo entiende como yo y sí tiene mérito. Comparte mi soledad. Comprende mi batalla.

Ella se acostó a mi lado y comió del pan de fuego. Fue ladrona del maná y su hambre se hizo hermana de la mía y, por tanto, otros la castigarían en las torres de la envidia, la opresión y el sarcasmo. Para ella, nuestra locura vale cualquier sabiduría y cualquier gesto de amor. Sin embargo, nada diremos. Si lo digo es sin querer, cuando hablo a solas, solo.

Si me besa la boca, si habita mi alma, es nuestro secreto. Puede que el pájaro negro mío y suyo hayan muerto y nuestras almas se volverán más hambrientas que cuando los invasores se alojaron. El perdón que nos redime no lo dictará Don Nadie ni sus instituciones. Sólo nosotros podremos a través del proceso, porque el hambre nos hizo buscar el amor y el placer que hay en nuestros cuerpos.

El alma en hambre de libertad es la esperanza que ambos tenemos para todas las edades y todos los futuros. Hemos matado algo que nos separó. Puede que vengan otros desencantos para culminar la tarea de aquellos que nos encadenaron. Eso sí nunca lo sabremos, pero mientras esto sucede, vamos a seguir amandonos libre y generosamente.

*

27. El señor que dice pendejadas

Pude haber sido un gran intelectual, matemático, astrónomo, o médico. La demencia me truncó. Soy un loco, orgulloso y con suerte. Mi mamá heredó cinco millones de dólares. Imagíneselo en pesos o en euros. Imagínese que cada millón crece siete veces siete entre los que son como ellos, adictos al trabajo y, ¿por qué no? a cobrar caro... Fíjese que hay muchísimos locos en México. La mayor parte son viciosos y pobres. Yo no.

A los pobres locos y locos pobres los tratan a las patadas. A mí, aunque les duela al hacerlo, me tienen que llamar señor. Ande cagado, o muy catrín, señor. Es que soy blanco en una república de mestizos, o de indios resentidos o acomplejados. La gente rascuache es odiosa. Yo, quien juro que soy loco declarado, de clínica, no paso por tan loco hasta que abro mi boca y digo pendejadas.

Cuando platico, a todo concepto lo salpico con sabiduría. Todo lo que he leído, desde niño, trato de asociarlo a una síntesis. Soy un loco bien leído. Hay días, sin embargo, pinches días, en que mi mente es un caos. Lo que hago es que pongo a canturrear. Por mis venas, fluyen torrentes dionisíaco. Antes sabía explicarlo muy lindamente, sin decir que Baco es el Dios del vino y que Dioniso es Baco en griego. Ambos el mismo pendejo. Ya no me acuerdo bien. La memoria le falla a los locos o el tiempo se le sale por el pito. Se orina como chorrito el tiempo... Pero yo me ubico, aún con lo sentencioso con la dosis de racionalidad que se espera, o que da algún camuflaje.

Sé que estoy loco y la mitad de lo que platico... ya ni yo mismo me lo creo. Observe usted: prefiero callar, así paso por más cuerdo y las moscas no se meten en mi boca. Los sentimientos utilizan el lenguaje común, el que yo detesto. Un conejo me entiende, cree todo lo que digo. Los conejos son la gente más buena del mundo.

Una de las pendejadas que digo es por causa de la presión que me ponen. Mi familia se pasa diciendo: «Cuando venga el señor Fulanito de Tal, tú guarda silencio. Haz como si no existieras. Puedes irte a tu habitación. Anuncia: Estoy consado» y te encierras». Se avergüenzan de mí. No los culpo. A veces se me olvida que no debo echarme un pedo. Es de mal gusto. No debo bostezar, con la bocota abierta y ruidosa, aunque me muera de sueño o de hambre. Para ser rico, hay que tener miles de misvots como un judío. Vivir en base de prohibiciones. Vivir muerto.

Es por eso, precisamente por eso que no me gusta decir que nací, pero ¡si es preciso! digan que he nacido. Digan que tengo un yo. Analícenme dualísticamente. No será la primera vez. Digan que nací, pero esclavo. Si me preguntan, con sinceridad, no tengo Yo. Un yo que se diga Yo, tendré un NOSOTROS al comando. Mas no me siento vivir. Mi yo es tan sospechoso, tan cautivo de los que me dicen: Báñate, se te olvidó. Perfúmate, se te olvidó cabrón. Usa la cadena que te compré, cabrón.

Así no me lo dicen, con ese cabrón. Te lo dicen con una solemnidad que me asusta. A mí me gustaría ser cabrón; pero ni a eso tengo derecho. Un señor no debe ser un cabrón. Se supone que el régimen de mi hogar lo lleve a todas partes. Que no me ponga al tupe con nadie y... fíjese, soy grande físicamente, aparentemente saludable, indiscutiblemente desarmonizado síquicamente, emocionalmente inestable, y no hay un cabrón que suelte lo que siente y me diga PINCHE LOCO, culero. Menos en mi barrio aristocrático, colonial. Para que me digan lo que merezco, tengo que andar lejos, lejos... por días y días, andar sucio, sucio por días y días...

Toda mi existencia ha estado plagada de los análisis ajenos. Por eso, aprovechándome de esta ocasión, voy a explicar que yo cometí un crimen. Que no debo encerrado en un calabozo. Que debo aparecer en los periódicos, si es que soy una entidad jurídica que valga. Soy una persona, ¿o no?

Declararé la verdad. El hecho. La cochinada del acto en sí. No es verdad que devine absolutamente del reino de las asimetrías y de las reversiones hasta que un día me dieron la relatividad temporal del reposo. No. Eso lo dijo un profesor que insinuó que yo lo que soy es un genio, una especie de místico, quijote, obsesionado con Dioniso. Lo demás lo inventé yo.

Quise ser escritor. Pero, cuando comencé mis estudios, mi familia dijo: «Será médico. El décimo en la familia». Tendrá la décima clínica del emporio de los Doctores de la Mexican Chingada Incorporated. Explorando las vaginas y sus hongas, hay muchos especialistas en la familia; me dijeron que falta un urólogo; pa'ca no miren, dije. Y me traumé; a torcer a puñetas otro tío. Mi mente no está en la medicina; yo creo en curar con luz, con los arpegios. Creo en leer a los pitagóricos; pero después de asimilar los dioses primarios de la Antigua Grecia. Creo en los cultos órficos. En los sacerdocios de aquellos que se llamaron Apolos, Dioniso, Orfeo... todo lo que sea distinto es retroceso. No son verbos solares; son olor a cacahuate, a pedos expedito del culo.

El reposo consolidó mi existencia. Me hizo denso y lo surgido de mi movimiento, al reposar, fue alcanzado por los pájaros negros y los engañadores. Me ví sin escapada en las manos del monstruo. Llegué a creerlo invencible. Creí muchas de sus mentiras. Tardé en concluir que lo imperecedero de los monstruos es mera alegoría.

Un profesor me había oído expresar mis ideas en el colegio. Una leyenda se hizo del hecho de que estoy loco. Alucino a la luz de un sinar. La mayor falacia fue que el Testigo Falso sólo moriría gravitacionalmente, molido a dentelladas por una estrella rotatoria y errante de neutrón... y él murió antes de que me pudiera ser más daño. Le dí una patada en los sesos cuando cayó al piso. Lo ví orinarse por darle otra ronda de patadas en el culo.

«¿Querías un loco?», le pregunté. Se lo definí empírica y pragmáticamente. Un loco es quien violentamente comete estos actos. Este es el círculo fatídico de la carne desquiciada. El que te hiere. Te mata. «Yo, ¿qué daño te hice, maricón?» Siempre fui un alumno tranquilo. El más dulce y generoso. Si hasta bien parece que físicamente vengo del Más Allá de una nación hiperbórea, descendida del cielo hasta la Tierra. Tengo un principio viril. Una luz solar que busca la Luz Hembra, Mitra; pero si quieren de mi fuego viril y mi luz material hacer su cigarrillo de mariguana, aténgase a que salga el monstruo.

«Tiéntame, cabrón, a ver quién se fuma a quién».

No lo maté a esa vez. Se quedó vivo para odiarme paulatinamente. Enloquecerme. Ensayó todos los chantajes, pero mire usted, cuando apenas han pasado tres décadas, lo chingué. Su cadáver es visible. Murió antes que yo. El... que dijo que me aterrorizaría hasta el final de mis días. No siendo necesario porque yo, si usted supiera, tengo una familia que me aterroriza más. El amor de ellos, el que me ofrecen, es pánico.

«¿Quién se atreve a velar en su sepelio?»

No hallo uno. Las moscas no entierran al dios que les da de comer. Llegaron a la Clínica que mi familia representa: Mexican Chingada Incorporated. Mi familia le curaría el cáncer; pero no esta muerte final. La que yo le deseé. No había enemistad real entre ellos y nosotros. Esa familia del pateado ni siquiera me odió a mí. Me creyeron insignificante como el paciente dijo. Todavía coomentan que, entre todos los que representamos ese consorcio de ciencia, influencia y poder, La Chingada, soy yo el único que dice pendejadas. Vienen a llorar ante la familia y a decir: «El muerto fue indiscreto. No recomendó a un niño con el talento de su hijo». El era como un Gran Maestro; yo un niño, hermoso de cuerpo y de alma, quizás inquieto. El me llamaba Dioniso. El prometió que Tracia me odiara. Que me escupieran en los Valles de Tempé, en todo los Olimpos.

En una ocasión Zaratustra cargó un cadáver, su primer discípulo, pero, a final de cuentas, dijo: El hombre creador busca compañeros, no cadáveres, ni tampoco a rebaños ni adeptos de credos... ¡Qué tiene que ver él con rebaños y pastores y cadáveres!... No he de ser pastor, ni sepulturero. No hablaré más a la gente; por útima vez he hablado a un muerto.

La generación del Quinto Sol ha sido menos afortunada. Todavía los hijos del Sol cargan el cadáver, los huesos robados al mundo de los muertos, humedecidos por la verga de Quetzalcoatl. Creemos en la sangre generadora, en los viacrucis de pájaros muertos, en la acusación vengadora, en las venas abiertas y los tristes boleros.

Toma este puñal... / Abreme las venas.
Quiero desangrarme hasta que me muera...


Por otra parte, ni con una mirringa de mi propia alma me plazco. De seguro, ni hay ángeles ni espíritus, como yo los deseo. Tuve el alma de cordero sólo porque no supe mandarme. Me subyugaron las paradojas y la ficción del Así fue. Te dije así fue, Apolo, Quetzalcoatl. Te lo dije, Cristo, Krisna. Ahora estoy cansado de creer y confiar. Me hallé como siervo que obedece y, al final, otro fue mi amo... Quise llevar una corona llena de angelitos y veladoras a todos los grandes santos. ¡Ya no!

Ahora tiro los perros a Agueda de Palermo, me enamoro. Fornico con las amigochas que no conozco. Pago si es necesario; pago con cheques de La Chingada, pago con tarjetas de crédito. Y, si se me pega la gana y no estoy tranquilo, tranquilazo, me violento. Los únicos locos que yo respeto son los violentos.

No es que yo quiera ahora ir a prender las veladoras por lástima. No, ya el pateado no necesita de mis veladoras, sino mis ojos abiertos, mi cuerpo en acecho. Otros cabrones querrán hacer lo que él hizo conmigo. Con mi admiración por él limpiarse el culo y devaluarme. Maté un falso dios a disgustos. Entonces, dijo que yo soy el mentiroso.

Me pasa con algunas mujeres que a alguna que amo y a quien ya no llamo santa, en secreto, también la odio por su rechazo. Entristezco si ellas no enaltecen mi carne con sexo. Pero una cosa diferente es que sea capaz de oprimirla como Quinciano. Sólo digo que no perdono las guevonadas ni los misticismos. Ahora soy libre y puedo odiar por exceso de amor.

Sigo con una medallita colgada al pecho, sin fe. Agueda está muerta, como Cristo, Nietzsche y Berkeley. ¡La muerte ya está muerta y la vida viva y no hay eterno retorno! Lo siento, Agueda, ya no soy católico ni espiritista, ya no me interesa la filosofía de los Orficos ni la Escuela pitagórica. Ni entrar a la escuela de medicina en mirar el pene y disecarlo. Soy sólo un señor que dice pendejadas y si vivieras y me vieras, a lo mejor nos trenzamos en amor y sexo...

*

28. Una última observación sospechosa

Soy un golfarro para las conclusiones. Apenas comprendí el simple esquema del universo de Laplace ni la instancia censuradora del Superyó ni el poder de elección del que dispone el ser vivo. No me acuerdo del inconsciente. No me quiero acordar. Me acuerdo de lo que me acuerdo. Y soy feliz, si de lo que me acuerdo es tan poco que paso por tonto. Dicen que la consciencia siempre alude a la culpa y, si voy a ser responsable, para que se me siga soportando en mi madurez, después de muchos años enfermo, mejor que no me acuerde ni de la culpa.

Diez años después, ya no tengo odio a Jeremías Campas. He pasado a una etapa más profunda: la que me permite amar... Ya sé que no soy juaniquillo ni quebracho. La fama me la hizo él por esa razón de los celos. Informo que salí de las periferias. Soy el encaramiento encarnado. Puedo decir que lo odié y que hoy lo admiro. Comprendo lo que hizo. En cierto modo, hay algo que se llama sufrimiento.

El se murió primero que yo. Esto lo disculpa. Estoy seguro que él tenía un ser invasor, igual que el mío, y él dejó de amarlo. Esto puede dar a usted una clave en su investigación. El se decepcionó del ser. El ser le colmó la paciencia. Discutieron. Y no pudieron resolver el mitote.

«He is gone! It makes no odds!»

¿Por qué creo que asesiné a los invasores, siendo yo amor, y de quién pude ser la sombra, ahora que sé que por celos entré en las cuevas inconscientes y ví mis odios acumulados como trastes viejos? Y los tiré. Les dije adiós a su adiós. ¡Qué cosa es el error si es que hay que amar más allá del adiós y la muerte! No dejar que nos quiten la esperanza por una linda boca, tragapitos, o un puñado de dólares o gloria carnavalesca.

«¿Dice usted que mató a alguien?»

«Exacto. A un ser celoso que oyó el escándalo de una baterías, insertados en el culo de una camélida, y saltó delante de mis ojos: '¿Con quién me engañas?', me preguntó».

«Debe estar bromeando».

El odio pues se me brotó, de inmediato, al verlo y busqué, silenciosamente, con qué darle un cabronazo al pinche puto. Al ser que no es ni ser ni nada, sino verguillo berkeliano. «¿Celoso?» No hallé un arma a la mano, excepto una toalla. La doblé y fuí echándole toallazos al pájaro negro, persiguiéndolo por la alcoba.

¡Pinche zopilote, que ni a tecolotl llegara! Se metió en el orco a una mono de peluche. Y ni tardo ni perezoso saqué las baterías y metí el dedo para ver si sacaba al bicho de allí. Sal de ahí, gusano de mierda, dije. 'Ven a comerte estos tompeates'.
«Bromea, ¿ah?»

Siempre se quejó de que no lo amo. Lo abandono y los celos lo revientan cuando converso sobre los conejos... Es que yo, de niño, adoraba los conejos. ¡Como la Alicia de Carroll, más o menos! Mi madre tuvo una hacienda en Michoacán. Criaba conejos. Tengo dos en mi casa en una jaula. Los guisaremos esta Navidad. ¡Qué crueldad!

En fin que me tendí al lado de la coneja, cuya estatura son casi cuatro pies. Estuve confiado de que se trataba de una coneja de trapo, ¿sabe usted? Es decir, hasta una coneja de peluche me inspira ternura. Yo soy así, a pesar de mi lenguaje... Pensará que digo pendejadas. Comprenda (¡a estas alturas!) desconfío de algunos de mis sentimientos Quien no me conoce dirá que soy un antipático de los más apretados. No. ¡Qué va, me regala usted un conejo y yo le beso sus pies! Carroll me pervive. Quizás soy un poco como él.

Aún así, al revelar mis sentimientos positivos, tengo mis temores y complicaciones. Sé que soy demencial, sí. Incurable. Por celos hasta podría matar. Pero, ¿a quién importa si yo pienso así? ¿A los narradores de superficialidades? ¿Con qué sicología? ¿La de «hoy sufres, al rato vendrá la muerte»? Búscate un manual sobre la conducta. Vive por él. Sigue los consejitos mamones. ¡Ah, carajo! ... bien, no creo en eso.

Ahora los sicólogos te dan consejos para abrir una lata salchichas... ¡Yo no puedo; prefiero al que dice po's mátate y no sufras!

Jeremías fue un hombre de acción. No yo, aún no...

Hay individuos que nacen para ser dioses. Voluntades de poder. No para para pastar con rebaños y rebuznar en las tribus. Tenga dios de mí misericordia... Deja tú que los bueyes se pinten solos y que no me metan en sus mitotes cotidianos, en aras de artificios cognitivos, del que niega la existencia absoluta de objetos perceptibles por los sentidos, de por sí o fuera del espíritu.

Por desgracia, Jeremías me dejó su propia desvergüenza por legado. No tuvo ambición, no quiso más opciones que droga, sexo; renunció a la imaginación crítica ante la belleza espléndida de mi novia / su novia / nuestra novia... Para mí, fue como Celinilla, uno de mis censuradores, mala consciencia, aquellos que me dieron de bofetadas en lo oscuro.

Desconfiamos de lo sagrado, lo admito. Somos escépticos; pero, hay algo peor, profanar esa distancia entre la prudencia y el misterio. Por eso me doblegaron, de alguna manera. Acepté su farra, el reventón de los fines de semana, donde sólo podría ser yo un Don Nadie con mis lastres, con mis miedos y rebeldías. Hice el oso, el ridículo, porque sabía desdoblarme. Imitar sus falsas alegrías y acceder al desmadre. No sé por qué me gustó que me dijeran, yo por ser guapo, inseguro de mi autoestima y jovenzuelo, que los buitres vendrían por mis entrañas, sin que hediera mi cuerpo sólido.

Rasgarían mis vestidos a la vez que murmurarían sus razones:

* Es estúpido, desconfiado; pero adorable y hermoso.
* Externamente inmoral, débil, vulnerable.
* No es de ambiente; pero provoca lujuria y deseo.
* Eres peligroso, Pedro.


*

29. El silencio está lleno de voces

Con el odio y el amor, crecí y descubrí que toda la vida es mía. Y descubro los peces que hay en el aire, las burbujas de luz que hay en los cielos. El silencio está lleno de voces más extrañas que las canciones de los tecolotes. La cabeza es una caja de música y los ojos no son necesarios para observar la cochina mundanidad, oscurecida. Berkeley me odiará por decir ésto con mi lenguaje del rencor. Este no es el mejor de los mundos. Es el peor.

En diez años, he aprendido la paciencia amarga, la divinidad del dolor. Y me deleité con las bestias provistas por mi propio reposo. Son migajitas del placer que la carne tiene y que alguna vez nos harán vivir la plenitud del movimiento. El ser que antes se me había propuesto no puede ocupar lo suyo y lo mío al mismo tiempo. Hay cierto espacio baldío y exento al que él no penetra. El juega rudo dentro de los espacios elípticos de Riemann, pero rebota en lo homogéneo.

Por ahora, apenas conozco lo que es mío y no me interesa conocer lo que es ajeno. Estoy en faldetas para una metafísica. Ya no me interesa Cèline. La dejé en otrass manos. ¡Yo la quería! pero se la dejé, año tras año.

¿Quién supo, antes de la invención del tiempo y el carbono, las células y las algas, cuál es la dicha y la fortaleza perfecta: el equilibrio térmico, sin mengua y sin agonía, a 100,000 millones de grados Kelvin? El gran desparpajado caminó delante de mí, como tarado que se jacta de todo los misterios encubiertos, y dijo: «Yo supe, ergo sum». Dice que se apasiona al rojo vivo; pone su fondillo, super-duro y super-denso, en el asador. El tuvo todo lo que amé, ¿qué más quiso?...

Bajó, subió, se orinó y se cagó en cada infierno. Quiso matarme de celos.

¡Ay, glorioso cabrón, cómo aguantas, si eso fuera verdad!

Y la temperatura se redujo al coño de los fríos, y él resistió hasta las cachas, sin decir ¡ay!, bravísimo, y que lo hizo por dar como herencia a nosotros su pellejo en forma de quarks y gluones. Esas son mensadas de canijo: presumir de tocho cuando es sólo un remolino de pellejo.

Los hijos de la ingratitud somos nosotros. Mas él, ¿quién cree que es? sigue creyendo que es el Jerarca de la Dura Noche y los Rotos Infinitos... Dijo que moriría por amor como un Cristo. Que sufriría más que yo.

Al alcanzarse el cero absoluto, en el escenario del aniquilamiento (R.I.P., quarks y leptones), dijo que el frío peló los huesos de todo lo que existe, excepto los suyos. Los conservaría para Mi Novia, Su Novia, Nuestra Novia... Y por eso le vimos, le vemos y veremos, tan perfectamente extraño, insólito, simple, bruto y caliente, como el que no ha cogido, siendo simple y hermoso, juvenil y potente. Dijo ser más antiguo y primario que el primer núcleo visible y la primera estrella neutrónica en el cosmos. Pronunció como primer discurso el vaho: «Hágase el Ser. Deténgase el No-Ser».

Solito se pinta el buey. Debió pasar por la tupida selva de los púlsares, donde los caníbales danzan como ménades y hay supernovas heridas y sangrantes entre sus dientes.

Con toda la química que Jeremías aprendiera, o se jactó de saber, no supo explicar para mí ni para nadie los cuatro mundos emanados del Ain Soph. El era judezno. Quizás pedí mucho a ese narizón. Su comentario sobre este universo físico, el Assiah, su mundo judío explicado por sus materialistas.

«¿Acaso no estudiaba ciencia?»

Se explayaba sobre cómo enrolar un porrito de mota, o preparar químicos para inhalar y subir al cielazo de los huele-gomas, pero, ¿qué hay de explicar un quinto mundo, una raza cósmica, el ángel humano, el ser avatarizado?

«Bájale, manito. Disfruta de la vida, aprende a culiar, tú que eres carita y olvida el rollo. Pónte mafufo conmigo y después explicamos el Gran Pedo sideral», me decía.

No, este como judío es un macuarro. No es hijo del linaje santo.

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Tikkum o Tzadik / Muestrario de palabras: Teoría de la unicidad del alma tranquila / Iejidá / Encadenados / Muestrario de palabras: Prefacio / Bendita sea la Serpiente / Epica de San Sebastián del Pepino / C. López Dzur

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